viernes, 24 de diciembre de 2010

LOS NIÑOS TIENEN SINESTESIA

Tenía las manos verdes como la ropa tendida bajo el sol y los montes, que se extendían cuando subidos en los tejados alargábamos la vista para seguir la carretera principal hasta que se escondía detrás de la última colina más alta. Recuerdo también las noches frías que pintaban las paredes de naranja con las ascuas del brasero y el olor de esa fruta que cenábamos con azúcar y aceite se pegaba también por detrás de los cuartos cerrados. Las lámparas se movían haciendo un ruido de cristales pequeños después de apagar la luz y el perchero relucía con los ojos muy abiertos porque no teníamos sueño, como un personaje de las sombras que cobrara vida. La mañana se despertaba chocando azul contra los cristales y bajaba por los canalones hasta el patio pequeño del fregadero, se colaba después por debajo de la puerta trasera del baño y salía por la del salón hasta dar a la calle, donde se volvía tan blanca que todo eran callejuelas encaladas que bajaban y subían montadas en bicicletas dejando marcas rojas con las ruedas como líneas en los mapas.

Los días eran tan largos que parecían chicles de fresa. Después de cenar, volvía a salir a la calle con las farolas ya encendidas, intentando que nadie se diera cuenta de que cogía otra vez la bicicleta -ya había descansado bastante apoyada en la pared de fuera. Pedaleaba muy fuerte para alejarme rápidamente y a veces cantaba, soltando las manos del volante por una pendiente que me conozco de memoria, termina en una plazoleta llena de arena con una alcantarilla levantada en medio: la bici derrapa y yo salgo disparada por encima con las manos por delante y después me doy de bruces con la barbilla contra el suelo. Me dan cinco puntos y me ponen una venda alrededor, así que me baño más de siete días sin bucear y con el cuello muy estirado para que no se me moje la herida.

Justo después del accidente llega mi madre y me dice que parezco Nefertiti con aquella barbilla; a mi me hace mucha gracia ella porque se le ha vuelto la voz amarilla de comer los membrillos de la abuela, como las barandillas a las que nos subíamos los niños para hacer volteretas y nunca nos caíamos. Siempre recuerdo que allí en el pueblo, cuando las sombras no tienen sueño, siguen los pasos de la gente mayor por las cuestas y preceden a los niños que están volviendo a casa a medio día. Mientras, flotan sobre mi unas sábanas tranquilamente verdes justo antes de cerrar la puerta.

sábado, 18 de diciembre de 2010

ANTIVILLANCICOS: MÚSICA DE VERDAD

Las Navidades pasadas iniciamos sin querer lo que quisimos convertir en alegre oh! blanca tradición. Agotados de escuchar siempre todas las navidades la misma sintonía de "la virgen se está peinando", buscamos nuestra particular forma de celebrar la música (también si es necesario en navidad): un poco porque nos gusta la música -dicen que "quien ama la música, ama la vida", y por lo menos así reza un cartel que hay en el Café Ajenjo, C/ Galería de Robles- y otro tanto porque como a otros muchos no nos gusta esta institucionalizada forma comercial de navidad-navidad de la que, todo hay que decirlo, participamos.

Pues bien, gracias a la afortunada asociación de Music World Network con MUSIC ROUGH GUIDES, descubrimos un estupendo CD, THE ROUGH GUIDE to the music of BALCAN GYPSIES que ofrece una magnífica selección de músicas del mundo recorriendo en este caso Romania, Serbia, Bosnia & Herzegovina, Bulgaria, Albania, Turkey/Armenia, Greece y Macedonia.

Hoy queremos presentaros una de nuestras canciones preferidas de este album interpretada por Usnija Jasarova (& Esma Redzepova). Todavía no sabemos qué parte del mundo nos alegrará este año con la autenticidad de su floklore pero esperamos compartirlo pronto con vosotros. Ni que decir tiene que se admiten todo tipo de propuestas relacionadas ¡A gozar con los canticos de Usnija!

LAS MÁSCARAS


"Fuego Eternamente Vivo" (Mir, Verano 2010)

Salimos de allí despavoridos, como si aquellos rostros que estaban esculpidos en madera nos estuvieran mirando con sus ojos fijos y pretendieran revelarnos algo desconocido acerca del tiempo que se vertebraba en sus anillos. Miramos hacia atrás cuando ya estábamos lo suficientemente lejos y todas esas máscaras habían desaparecido. Lo que vimos después fue un tren que partía relinchando sobre unas vías que antes no estaban y que dejaron tras de sí la visión de un paisaje recién nacido que parecía eterno.

Eran las cuatro de la tarde, o eso marcaban nuestros relojes. La playa era inmensamente bella, salvaje y solitaria. Permanecimos callados mirando el horizonte y la arena era tan suave que nos quitamos los zapatos y nos acercamos a la orilla como si siempre hubiera sido sencillo caminar descalzos. El bramido del tren se había perdido en la distancia y sólo se escuchaba el rumor de las olas transmutándose las unas en las otras al rítmico son de la marea.

Por un momento nos miramos a los ojos y sin decir palabra comenzamos a atar los cabos sueltos de la barcaza y, cuando todo estuvo preparado, nos lanzamos a la mar. De vez en cuando oíamos chillar a las gaviotas por encima de nosotros y las veíamos alejarse hacia un puerto escondido tras una espesa bruma. No había capitán en el barco, pero tampoco nos faltaba, pues el timón se dejaba llevar por los designios del viento.

Pasado un buen rato, nos preguntamos cuánto nos habríamos alejado de la costa y echamos un vistazo a los relojes en vano: habían dejado de funcionar, seguían siendo las cuatro. En el interior del barco encontramos a duras penas una radio que sintonizaba la frecuencia con otra, la del faro. Supimos entonces que nos hallábamos solos en un radio de cincuenta millas en el Mar Egeo y que aunque el tiempo no nos serviría como lo hacía habitualmente, su climatología era propicia para la navegación. Oswald se despidió, no sin advertirnos antes que pronto perderíamos la conexión y no podría servirnos de guía.

Creímos ver la luz de la sirena del faro, pero al mismo tiempo escuchamos un sonido que parecía proceder no tanto de aquella luz artificial ni de ningún otro barco, si no de las mismas entrañas ultramarinas. Fue así como dirigimos la mirada hacia el oscuro fondo y creímos rescatar un tintineo de escamas doradas que se movían junto con otros brillantes filamentos de colores claramente subacuáticos. Aquel misterio se nos quedó prendido en las retinas y como dos sonámbulos de la noche nos arrojamos sobre las frías aguas, viendo aparecer alrededor nuestro las cabezas de unas trémulas nadadoras de torsos desnudos que tomaban grandes impulsos sobre sus colas de pez gigante: no podían ser otros que aquellos seres mitológicos de los que se guardó Ulises atándose a un palo.

Mientras ellas seguían cantando de esa forma tan peligrosamente envolvente como enigmática, nos sentíamos desvanecer, pero algo mayor que aquellas voces nos sostenía siempre sobre la superficie, como si el mar hubiera decidido hacerse balsa. Quisimos reaccionar, subir a la cubierta del barco, pero algo también superior a nuestra voluntad nos lo impedía. Pasamos la noche entera en aquel estado, entre el sueño y la vigilia (“Soy un suceso. No tengo otra silueta que el cambio”-1-). Hasta que la mañana siguiente nos despertó con una luz precaria que quería colarse por las rendijas de la entrada a la cueva oscura en la que nos hallábamos.

Tardamos mucho en ubicarnos, la vista no alcanzaba a ver nada hasta que los ojos se acostumbraron a la penumbra y pudimos comprobar que no estábamos solos. Junto a nosotros habían otros cuerpos igualmente tumbados y también había otros hombres de pie, ataviados con túnicas y del todo despiertos, parecían supervisar lo que fuera que fuese todo aquello.

Poco a poco fui saliendo del estado de letargo y varias geografías vinieron a situarme: la Isla de Samos estaba cerca, y Focea, Hierápolis, Acaraca, ¡el Templo de Apolo! Entendí que aquellos hombres erguidos eran sacerdotes y nosotros, los que yacíamos inmóviles en posición fetal éramos iniciados; los iniciados en la incubación.

“Así es como funcionan las repeticiones. Se borran las diferencias, se mezcla una cosa con la otra. Sólo se puede explicar hasta cierto punto porque, en realidad, tiene que ver con otro tipo de conciencia. Y así se ve uno enfrentado a una elección aparente. Entre retroceder y alejarte o dejar que te lleven”.
(En los Oscuros Lugares del Saber, Peter Kingsley)

(1) desbordamiento de VAL DEL OMAR (Museo Reina Sofía)

jueves, 25 de noviembre de 2010



Una de mis canciones preferidas del disco Let's get out of this Country

REALIDAD FOTOSENSIBLE


"En Okina: riachuelo" (Mir, Vitoria-Gasteiz 2009)

“Doctrina de los que no conocen como fuente de conocimiento más que la razón, rechazando, por tanto, la revelación y la fe”. Racionalismo (def.)

Fuiste llegando como las sombras que se acercan en las aceras. No tenía cabida la sospecha, si es que todos sospechamos algo imposible tras los acuerdos tácitos. Mientras, seguía existiendo lo sagrado cobijado en la negrura ¿Por qué no decir que yo no sabía cuál era la base de nuestro pacto? Quizás, mientras tanto, tú urdías la tela de araña que terminaría por tragarme tan sólo a mi.

Silenciábamos voluntariamente las palabras. Nuestro silencio era la tensión que mantiene el equilibrio entre el arco y la flecha: el acuerdo mutuo de no entrar en pormenores, de tener atado lo singular en función de lo viejo, la parte en sombra de la realidad que la hubiera hecho insostenible de haber sido.

Las afueras de la ciudad eran las fauces del león, un descubrimiento que nunca llegaría. Como en aquella canción que hizo que buscase Eva, “everybody has to learn sometime”, ahondábamos en el vacío que nos separaba como exploradores expertos, ajenos a la función anticipatoria de los sueños. Cualquier cosa ya había pasado y todo había sido. Por lo tanto, aquello permanecía como un rostro en un cuadro, rozando la eternidad, detenido, suspendido.

Aunque la distancia te regalaba sus favores cristianos, la fraternidad se rompía igual que la costra de una herida que se estaba curando. Hablar de ti, en aquel momento, era como suele decirse, hablar del sexo de los ángeles; y yo situaba el paraíso tan cerca tuyo que dejaba la mirada ausente, perdida en lo general de las vistas que nos ofrecían los altos pisos que frecuentábamos, creando espacios de tiempo en los que un segundo duraba tanto, que hubiera sido imposible descifrar cuántas horas o minutos pasábamos. Ineludibles pesquisas contra el irremediable transcurso de los momentos, que si bien tardaron en materializarse, no dejaron de ser un estiramiento inapropiado del desenlace imprevisto hacia un salvaje futuro.

Así fue como recorrimos, intangiblemente, las callejuelas de nuestro olvido, alejándonos siempre un poco más hacia el otro lado del espejo.

Finalmente, las distancias se hicieron conmigo. Apresada junto a ellas, aprendí de memoria el nombre de los ríos y reconocí el silbido siseante de la cítara. Sólo fue cuestión de tiempo comprender lo sucedido. Caer en el abismo ciego es tan fácil, como difícil es decir el nombre de un errante amigo. Remangarse los pantalones y quitarse las botas impecables.

El terreno embarrado que rodeaba la Laguna Invisible hizo lo demás por nosotros.

Tantas veces recorrí sus circunvalaciones que acabé por encontrar una barca en la orilla: ese embalse tenía una desembocadura y pronto recorrí la magnitud de su cauce hasta llegar al delta del río, lugar-extremo donde la ecuación estalló y los átomos se dispersaron permitiendo ser visualizados como partículas elementales, que ponen de manifiesto que la realidad no es indivisible, pero tampoco fragmentaria.


De nuevo, como en los cuentos que nunca terminan, mi memoria señaló un punto a lo lejos, entre el horizonte y mi partida: la roca subyacente al sentido. Pesada y fría, casi mineral, encogida pude levantarla, y dejándola a un lado, continué mi camino (como siguen las historias de los hombres). Recordé la letra de otra canción que decía: “el hogar es aquel donde el corazón está“, y ya me había dado cuenta de que pensar que el mío estaba contigo, era una apreciación cargada de ilusionismo.

Esta mañana ha venido a verme Jonás y me ha traído un cántaro de agua que había llenado en la fuerte de piedra. Hemos salido al bosque a pasear y he podido comprobar como en los últimos meses, el verdor casi ultramar de las hojas, el musgo, la hierba … ha seguido expandiéndose sobre la superficie del campo; igual que ha ocurrido con la hiedra, que ha terminado por invadir casi todos los rincones de los muros que quedaban al descubierto en los jardines de la entrada.

Jonás lleva viviendo varios días conmigo. Parece que no quiere irse y, gracias a él, estos días están siendo los más apacibles que he podido disfrutar en mucho tiempo. Empiezo a sentir que mis músculos están relajados y mi mente se despereza del hastío de estar dentro de uno mismo. Quizás sea porque no se lo pido, pero todo esto me está devolviendo algo que siento que nunca había tenido, pero que sin embargo, nunca había dejado de ser mío.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

LA CIUDAD SIN LÍMITE



Teníamos las manos entrelazadas en la parte trasera del coche. Nos movíamos por la ciudad que pronto sería un nuevo vientre de adopción. Alejandro nos guiaba con soltura por sus calles y nos mostraba algunos bares, algunos parques, algunos lugares de reunión y actividades culturales … Pero ahora nos dirigíamos a su oficina, tan rectilínea y blanca como el cuadrado blanco sobre fondo blanco que pintó Malevich abriendo una nueva etapa en la pintura vanguardista. La ilusión tenía más prisa que la mirada y nos pareció que aquel espacio inmaculado en su decoración minimalista podría albergar grandes esperanzas. Si hubiéramos dicho “futuro” no habríamos sabido explicarlo mejor.

Me pregunto cuantas veces más hubiéramos sido capaces de embarcarnos en otra aventura para encontrar el caparazón de la tortuga que nunca duerme, ese en el que dibujamos años atrás signos e ideogramas desconocidos para ella mientras seguía su lento camino; sumida toda noche y día, en una especie de conmoción lingüística que nos pretendía hacer entender ciertas mediciones o medidas como lo son el tiempo y el espacio, en el crujido de la hierba fresca bajo sus patas y cuando se tendía a descansar en las arrugas prehistóricas de su cabeza chata, que sería el eje imantado sobre el que el tiempo gira y gira como las bisagras de una puerta giratoria.

Estábamos cansados. Llevábamos saltando de trabajo en trabajo durante todo el último año, así que los tradicionales pintxos de la barra nos parecían manjares exquisitos y de nuevo un preludio apetecible. Me olvidé de decirlo, el suelo era también blanco, y pronto, la tierra se tiñó de un manto níveo y las ventanas se cerraron viendo caer los primeros copos del invierno. La mirada se erguía como la copa de los chopos que ya habían perdido todas sus hojas. Se abrieron los libros, nuevas entradas en los blogs, los estuches de pinturas, la olvidada primavera de los ramilletes de flores compradas, los bigotes de los gatos, terminaciones sensitivas que se enroscaban en el ovillo peludo de su cuerpo elástico.

Quizás demasiada oscuridad siempre en su cielo y amaneceres apoteósicos que flotaban como oleos en los muros abiertos de cada habitación. La catedral tan cerca de casa y tan lejana en el paisaje urbanístico. Ciudad del norte, ciudad de provincia, ciudad silenciosa como la nieve.

El trabajo se hacía esperar cada mañana estando aún en la misma oficina mientras los altavoces hacían sonar tanta música distinta que parecía que fuera a agotar nuestra capacidad de comprensión auditiva. El teléfono, en cambio, sonaba demasiado poco, la puerta se abría demasiado de vez en cuando. Mañanas solitarias sin trabajo en la oficina de cartón. Con su armario, un trastero del que salía humo de vez en cuando y donde la plancha calentaba los sándwiches que luego masticábamos sentados en el sofá de cuero. Charlas, muchas charlas, como si nunca nos hubiéramos conocido de otra forma. Alejandro y yo. Tú en la escuela, enseñando a los chavales filosofía. Y pienso entonces para este trabajo, que las pirámides de Egipto como ejemplo de lo que puede ser un espacio en sí mismo, no difieren tanto de cualquier paisaje nevado. Aunque en los polos opuestos, sea porque las unas son de signo magnificente y de escaso número, y los otros, tantos y tan chiquitos … Porque unas aparecen, casi alucinación mágica tras el velo de la calima, imponentes en el desierto; y los otros oscilan eternamente en el vacío de los cristales, detenidos en un mantra infinito, igualmente extáticos.

Al escribirlo no me entretengo en los significantes demasiado, pues quiero que sean poseídos, que se halle antes el significado que las palabras, en un refugio de montaña; que suena bonito y que me perdone el Sr. Kafka (tan grande como lacerante).



"En general –
escribió Kafka en 1904 a su amigo Oskar Pollak -, creo que sólo debemos leer libros que nos muerdan y nos arañen. Si el libro que estamos leyendo no nos obliga a despertarnos como un mazazo en el cráneo, ¿para qué molestarnos en leerlo? ¿Para que nos haga felices, como dices tú? Cielo santo, ¡seríamos igualmente felices si no tuviéramos ningún libro! Los libros que nos hacen felices podríamos escribirlos nosotros mismos si no nos quedara otro remedio. Lo que necesitamos son libros que nos golpeen como una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos más que a nosotros mismos, libros que nos hagan sentirnos desterrados a las junglas más remotas, lejos de toda presencia humana, algo semejante al suicidio. Un libro debe ser el hacha que quiebre el mar helado dentro de nosotros. Eso es lo que creo”

lunes, 22 de noviembre de 2010

GUY BOURDIN: A MESSAGE FOR YOU









Magnífica exposición del fotografo francés Guy Boudin (1928-1991) que puede verse en la Sala Canal Isabel II, Sta. Engracia, 125 hasta el 9 de Enero.

El que fuera un antiguo depósito del Canal Isabel II fue reconvertido en una curiosísima sala de importantes exposiciones fotográficas. El interior del edificio circular alberga en su oscuridad todo un entramado de estructuras de metal -varias plantas descubiertas a las que se accede por unas escaleras centrales que terminan en una bóveda convexa compuesta por retales remachados con tornillos gigantes que bien podrían haber pertenecido a toda una generación de jovencítos Frankensteins- entre las que las fotografías expuestas y las diapositivas proyectadas aparecen como fogonazos de la más auténtica belleza.

La belleza carnal de Nicolle Meyer, modelo protagonista, se destaca sobre los ambientes desolados e impersonales de los escenarios en los que se sitúa, acaparándolo todo con su fuerza vital que convirte los propios márgenes puramente objetuales de la vida en partes igualmente imprescindibles del ensoñador conjunto de belleza.

Una conjunción de obra y vida que quiere escapar de la materia para materializarse más allá en los ojos del artista que es capaz de apresar esa belleza que de otra manera ...

El infinito no tiene medida
la eternidad no conoce el tiempo
transformaré la belleza en marmol (...)

Según expresa en uno de los textos que a modo de poesías van antecediendo las proyecciones simultáneas de sus fotografías en la planta baja, que, bajo mi punto de vista, son igualmente preciosos.

Vamos ... Que no se lo pierdan¡¡¡

martes, 19 de octubre de 2010

COMO CADA MARTES




Tengo alados

dos caballos

uno pide tregua

el otro pide guerra

uno no se queja

el otro se aburre

y se cansa demasiado.


Si no les enseño a tiempo

a esquivar

van a correr la ventisca.


El crepúsculo les consuela

se acurrucan todo cuerpo, repliegues de alas y patas

la cabeza baja

el cielo permanece

en cualquier microcosmos

el tiempo se detiene

en cada árbol del camino

en cada coche que pasa como un fogonazo.


Veo la primera farola que se enciende

después veo todas las demás

y la intesidad de los colores ultranaturales

dibuja los contornos de todo lo que existe

veo incluso tu silueta toda negra

debo esperar a llegar a casa para contar,

enciendo la luz de una bombilla.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

CONTROL

Llevo días soñando contigo, con que el paso del tiempo lo borra todo, tiempo borrador-"cabeza borradora". Voy a dejar de imponerme disciplinas que sólo hacen que pesen los pasos. Voy a dejarme volar como la cometa en manos del niño. Sin amarras, sólo la sinceridad con uno mismo. Que es mucho más sencillo dejarse llevar que atar los clavos con tornillos. Días de ansiedad y depresión. Ojeras que no ven el sol. Saltamontes dormidos y salamandras fantasmas. Hojas secas y lapiceros en el cajón... Todo por creer que era mejor el control que la armonía fluida de mi propia voz y el descanso en la cocina, para no salir, que el miedo está esperando fuera. Cada cosa que no digo, cada hilo sin hilvanar estallan como un sol de acero. ¿Por qué no seguir como si nada? ¿Por qué escuchar la voz que dice a todo que no? Si sólo es un suspiro, una breve sentencia herida, autodefinida. Un pequeño dictador metido en la cabeza o sin las lágrimas de Dostoyevski más sólo está el pobre Hegel.




martes, 21 de septiembre de 2010

martes, 7 de septiembre de 2010






"No me interesan los datos más exactos, las acciones comprobables, sino lo que perdura de las muchas cosas que sucedieron. No me voy a poner a discutir: (...)


Da igual, por debajo de nosotras como esqueleto de dinosaurio, pervive un instante en el que nos decíamos que nos queríamos y nos daba vergüenza porque no era mentira. Las inexactitudes no son más que una exigencia retórica."




MI PEQUEÑO FAUNO




Te llamo mi Fauno precisamente por eso, porque aprendiste todo esto hace mucho tiempo: la resignación, la frustración, el desencuentro y lo entendiste como algo necesario para espantar los corrimientos de tierra y evitar los derrumbes de fabulosos castillos de arena.


La espera en las llanuras de los bosques que habitas, oráculo de profecías de los dioses que se manifestaban en los sueños o con voces sobrenaturales, te permitió promover la fertilidad del ganado y de la agricultura. Invocaste el relámpago desde el cielo y purificaste las cosas con el golpe del rayo cuando yo era todavía una ninfa.

Hoy me he dado cuenta de que la alegría, la felicidad, no están unidas a los sitios ni a la gente con los que la hemos experimentado, porque si así fuera, en el momento en que estas circunstancias cambiasen, sería imposible recuperarla.

La felicidad no viene de fuera, si no de uno mismo (su posibilidad, su búsqueda y el encuentro). Por eso tampoco está en una u otra elección, si no en lo que hacemos con estas.

viernes, 20 de agosto de 2010

TIRAR LASTRE


"Puente sobre el río Chanza: Alentejo-El Granado" (Mir, Huelva 2010)

Sería triste decir que querer es seguir

subiendo uno tras otro los peldaños

apoyada la mano en la barandilla

triste-molde-barandilla del volumen de su tacto

sabe encontrar y contar de lo antiguo

y pienso que tiene miedo, pienso en contornos desdibujándose

hoy que cruzamos paisajes nuevos

voy a dejar que la vida siga naciendo

ya sabes, han cerrado una frutería que había aquí antes

tirar lastre, amigo mío, es biodegradable

¿quién? ¿cuándo? ¿cómo? ¿dónde?

La muerte es un relámpago que rompe el cielo en mitad de la noche.

viernes, 13 de agosto de 2010

REDUNDANTE





Pensamos que nos dirigíamos

hacia tierras lejanas

con los volantes impresos en las clavículas

creímos que aquello sería como ver a Dios



la espada de Damocles

pende ahora sobre nuestras cabezas

la galería de arcos sobrepasa la espera



se funde con el fondo verde

deja de ser posibilidad

flotan las banderas



en lo alto de las torres

colores que estaban hechos de tierra

no acercarán así sus aromas

a menta fresca y mermelada de fresas



el mástil al que se aferran

exhibe orgulloso su abrazo

hambrientos tiburones desgarrarán su tela



haced de ellas una esquela

que de mano en mano vaya

como la falsa moneda.

jueves, 12 de agosto de 2010

CAYÓ LA MÁSCARA, SE CIERRA EL TELÓN





Parece que las luces se han apagado

sobre el escenario flota

la sensación inerte de las sombras

pálidos rostros acuden

y desempolvan sus libretos

interpretan la melodía cansada del hastío



aquellos que rieron

se niegan a llorar

con el tono totalitario de los vencedores

que no tuviera nada que ver con aquello

sobre lo que se cierne el velo

y los oculta



como si creyeran que antes de dormir

hay que rezar a Dios

lo que no está escrito



te dan las buenas noches

sin nada que perder

sin nada que perder



las sombras huyen despavoridas



ayer pisé una polilla

y sentí un asco y una pena anterior

verlas desde entonces posadas o muertas siempre

en el quicio vespertino de este lugar

invierno frío que las trajera,

imán de puertas cerradas.







"Sylvia Plath no merecía formar parte de ese culto mágico a la muerte prematura, porque toda su atormentada existencia fue, a pesar de todo, una ansiosa llamada a la vida y al éxito. Morir como lo hizo fue un error, y aunque su muerte ni mejora ni empeora la exquisita obra de genio que son sus últimos poemas, trunca de forma violenta un formidable vuelo. Sylvia, siguiendo un inevitable pronóstico, cedió a las sombras cuando estaba a punto de alcanzar la luz."

Revista Quimera nº31

jueves, 5 de agosto de 2010

lunes, 2 de agosto de 2010


"Nos vamos a la playa, que no entren los mosquitos" (Mir, Isla Canela-Huelva 2010)

Decir la verdad no es fácil
si tenemos en cuenta la cruda realidad
donde los caminos se encuentran
como raspaduras en un tronco
o enjambres en el cajón


incluso cuando el Minotauro espera
se dicen adiós
cuando el laberinto termina
no creo en el dolor
ni el silencio, una posible reencarnación
frágiles mástiles
y botellas vacías
descorchan de suspiros
las alcobas llenas, noches buenas.

Si quieres
lo podemos intentar
si vienes
no te arrepentirás


Adán mordió la manzana
¿o la serpiente ya era Eva?


Vamos a secar los caminos
digo ...
vamos a sembrar de estrellas las colinas
a pintar con escarcha el coche
o de blanco,
¿es lo mismo?


Prefiero la cita de las palabras
a las notas anudadas del pentagrama
lo mismo que una hoja en blanco
o carne muerta en la basura
las arrugas del olvido
caminan despacio como moscas
se posan aquí y allí
hormigas con sucias tendencias
quieren borrar las huellas
desatar las alforjas
por eso siempre encuentran
una
u otra
nota


en el frigorífico
besos solitarios esperan
que les den la entrada
o la escena
si te los pones en la solapa
olerán tarde o temprano
como el agua de los pantanos.

Así que para,
espera un rato
ya verás como llegan a la colmena
vestidas de seda
mariposas de las almenas
alumbrando con antorchas
la noche de San Juan.

Creía que debía de existir cierto equilibrio entre aquello que había creído durante mucho tiempo y la realidad que me confrontaba con crudeza con aquello. Y la había, se llamaba poesía. Por otra parte, nunca conseguí escribir una.

Cuando los árboles pasan por la ventanilla te veo a mi lado
eres joven
y vieja
se cae de maduro
no te voy a dejar con las maletas hechas
me da la risa
casi casi
llegamos a un nuevo destino
donde el sol
y el mar, la playa
claro, reconfortan
y quiero quedarme
o una ráfaga de frío cruza el cielo
y siento una añoranza precoz
estando segura como lo estoy
de estar donde tengo que estar
eso también reconforta


callar
y luego hablar
o simplemente
callar y escuchar


Digo que el blanco es blanco
mientras siento el negro goteo
mientras miro aquello que no está
sin sentir miedo
se que estoy donde tengo que estar
no hay nada que pudiera añorar más.

viernes, 23 de julio de 2010

LA PALABRA QUE DERROTÓ AL HOMBRE INFINITO ES LUNAR

- Vamos, niña ... Háblame. Hace mucho que no dices nada y yo sigo aquí arriba ¿Lo ves?




- Parece que me he metido en un buen lío esta vez ...




- ¿Qué quieres decir? ¿Qué pasa?




- Tú has sido testigo desde el principio. Lo tienes que saber.




- Te equivocas, no he visto nada. Cuando tú no me miras, te dejo de ver.




- Es Romeo, está perdido. Creo que ha dejado de ver también.




- La justicia sostiene el peso de la balanza a ciegas, niña. Ya deberías haberlo aprendido. Pero espera ... Te sigo viendo un poco borrosa. Vamos, acércate.




- Creo que he vuelto a hacerlo.




- ¿De qué estás hablando?




- Creo que he vuelto a mirar demasiado tiempo de forma directa al sol.




- ¿Es que quieres olvidarte de mi? ¿No sabes lo que les pasa a los que sólo se acuerdan del sol?




- ¿Que pueden dejar de verte?




- Exactamente ¿Es eso lo que quieres?




- No, ya te he dicho que no. Estás empezando a asustarme. Nunca había sentido tanto miedo hablando contigo desde entonces. ¿O es que lo has olvidado?




- No, claro que no. No volveré a dejar que ocurra aquello. Por algo dicen de mi que soy la amante de los lunáticos.




Je, je -se rió la luna.




- Acaba de volverlo a hacer.




- Hacer qué.




- Gruñir. Gruñe como un enorme oso dormido. Si yo fuera uno de ellos me parecería más a Monkiki, ¿te acuerdas de él? Se quedaba colgando de las cortinas y cuando se soltaba daba palmaditas (clap-clap)




- Claps your hands and say yeah¡ Yeah¡




- ¿Está allí arriba contigo?




- Claro, el muy gracioso dice que "choques esos cinco".




Je je je -rieron al unísono.




- Bueno, quizás no seas solamente tú la que esté haciendo que tenga miedo, me siento así desde hace tiempo. Pero no se porqué. Es entonces cuando me entristezco.




- Sabes que no puedes mentir a tu amiga La Luna.




- Es que no deja que yo piense ... Con sus gruñidos y sus quejidos ... Cada vez que hace eso, me entristece pensar que es infeliz, y me duele tanto. Pero no consigo solucionar nada.




- Entonces será que no hay nada que solucionar.




- Pero hace mucho ruido. Todo el tiempo. Y está empezando a no dejar que yo oiga tampoco.




- ¡Pues corre! Dile adiós y vuelve con los nuestros. Es que si no, no tendrás ni eso.




- Creo que acaba de darse cuenta.




- No mires atrás, no cojas nada, vete lejos. Todo saldrá bien esta vez.




- ¿Y si lo sabía todo desde el principio? Qué habré hecho yo por él.




- ¿Es que tú no lo sabías también?




- Por supuesto, por eso lloro por dentro. Pero él siempre sabe encontrarme. Incluso cuando estoy muy muy lejos.




- Entonces volverá a hacerlo, en su debido momento. No se pueden precipitar las palabras en el vacío.




- Tú también te acuerdas de él ...




- Y se que está bien ¿Puede que pienses por un momento que es menos importante tu propia felicidad?




- No suelo pensar en eso.




- ¿Entonces por qué no vuelas un rato y te olvidas de todo lo demás?




- ¡Vale! Doy un salto y ... ¡Allá voy! Quiero ser contigo y con las estrellas, estar donde vosotras estáis.




Oh, mira, él se queda ¿Por qué? ¿Por qué no viene también?






- Por ti. Se queda allí abajo porque puede que le necesites también mañana. Y porque te quiere con locura.




- Como yo a ti y a tus noches heladas llenas de escarcha en el pelo, frías las manos tras el largo velo.




¿Le ves ahora? Se estará poniendo triste, lo se. Cuando no entiende, como tú y yo lo hacemos, que las flores a veces se secan y que el gato se viene ahora conmigo. Como si en el fondo el sonido de sus chanclas contra el suelo, me dijera: estás con otro, lo se; no diré nada. Pero no es lo mismo.




- Claro que no: tú eres la niña y yo soy la luna.




Y la luna se descolgó de su cuarto menguante.




- Podría seguir hablando aquí contigo toda la noche.




- Sabes que no deberías. Para poder tener sueños al día siguiente, también hay que dormir .




- Eso decís los sabios como La Luna.




- Querida niña, sal al balcón y dame un beso de despedida por hoy. Yo sabré devolvérselo a él por la mañana.




Y guardándola el secreto, la niña salió al balcón, ese trocito de calle que todavía flota sobre el abismo de coches aparcados.




- Mi querida luna, luna pequeña; luna de papel siempre con cara risueña. Hoy, luna llena.

jueves, 22 de julio de 2010

SILOGISMO EN EL OLFATO DE LOS OSOS DORMIDOS

La habitación olía a cama deshecha. Confundida entre los intensos aromas del sueño, cogió unos pantalones vaqueros y una camiseta de uno de los brazos de pulpo disecado del perchero. Las ropas olían como las aguas profundas del océano, al contrario que el perchero blanco que olía a zapatería antigua -betún, cola anestesiante y esponjas para sacar brillo al cuero-. Cierta semejanza con la pólvora en el revolver del cazador.


Las manos le sudaban sobre el volante y mezclado con el olor a plástico caliente, hizo que le subiera una arcada. En el bar de al lado estaban friendo huevos, lo que le trajo a la memoria la tierra ardiente de Lanzarote, en la que el agua hervía y los huevos también se freían. Los camellos ... Bueno, los camellos tienen muy mala leche. Dejemos el olor a camello para otro día.



A pesar de todo, un inconfundible olor dulce y seco se desprendía de los polvos de maquillaje haciéndole sentir, si no el ambiente, a sí misma, refrescada y limpia. Como el aire helado que salía por los conductos de ventilación del coche, que había pasado la ITV recientemente y le habían cambiado los filtros. Así que olía a plástico nuevo, como cuando abrimos un balón de playa envasado al vacío. Además estaban las ruedas, que al frenar en el primer semáforo en rojo, chirriaron, devolviendo al exterior lo que era suyo: un olor a quemado característico de la goma de los neumáticos vibrando contra el asfalto. A través de la ventanilla, el retrovisor devolvió un rayo de sol descompuesto en los colores del espectro como hierba mojada y cielo despejado. Un buen presentimiento. No recordaba haber guardado su barra de labios en el bolso. Mejor, así no se derretiría.



La leña seguía ardiendo en la chimenea, creando un ambiente de cojines mullidos en el comedor. Un vecino interrumpió el confort de la escena invernal situada en el trópico de Capricornio, para alertarle de que la hoguera de su hogar estaba metiéndose en forma de humo por la chimenea de la casa de al lado. De acuerdo -concluyó. Consultaré a un técnico mañana en cuanto pueda. Hasta luego.



Su pelo, cortado a trasquilones, pretendía eludir aquello que había caído sobre sus pies oliendo a ramas secas; en realidad, carente de olor peculiar alguno. Se trataba de uno de esos olores que lo impregnan todo por igual, camuflando bajo él los detalles de cualquier otro aroma. A ella le asustaba aquella capacidad multitudinaria de cubrirlo todo.



Dos días después se deshizo en explicaciones para su vecino, y cuando volvió a entrar y se dirigía al baño, encontró un charquito en el suelo que olía a algodón dulce, como si La chica del sueño se hubiera derretido allí mismo.



Sin estar seguro de lo que limpiaría, cogió la fregona y lo secó. Las tiras amarillas se impregnaron de una simpatía desconocida que hacía bailar las baldosas, destapando con su monzón un aroma a cuerpos fósiles de conchas y caracolas y un olor anaranjado a caballito de mar. Uno consiguió saltar hasta su hombro, le descubrió por el espejo; a penas medía cinco centímetros, pero trompeteaba vainillas, mandarinas de la China, limón con crema y canelas que le recordaron la tienda de jabones naturales que estaba al doblar la esquina de la casa en la que vivía la mujer de los vaqueros raídos, situada en la estación del trópico de Cáncer.

martes, 20 de julio de 2010

OCRES EN LA CONVERSACIÓN

Cuando Lola apareció, yo estaba en la cafetería.
- Te he visto -me increpó con ojos de búho.
- Son sólo las once de la mañana -respondí perezoso alargando las palabras que dejaron tras de sí la estela pegajosa de un caracol.
- Al salir de clase vine a la cafetería. Estaba entrando cuando te vi.


Su mirada continuaba fija en la mía que vagabundeaba, posándose aquí y allí en una mano que se rasca el mentón, en la carcajada que entorna los ojos y baja después levemente la barbilla. En frente mío seguía Lola.


- No tiene cocos esa palmera.
- ¿Cómo?
- Digo, que la palmera que está detrás tuyo, no tiene cocos todavía.
- Vaya ... Te refieres a esta palmera que en realidad nació por generación espontánea en ese mismo tiesto. No deberíamos preocuparnos por ella.


Seguramente Lola llevaba un rato por allí, ya que le había dado tiempo a fijarse en la flora que crecía de forma artificiosa e igualmente imprevista, en los numerosos recovecos de la cafetería. Así era, había estado dando vueltas alrededor de la mesa sin que yo -y eso era evidente- me diera cuenta.


Me entristecí al imaginar la escena y bajé la vista hacia mi taza. Hubiera preferido ser un adivino turco que lee los posos del café para haber podido justificar mi comportamiento y explicar el extraño fenómeno que presencié después. Aquel líquido parduzco me devolvió una imagen limitada de mi mismo, de la que formaba parte ella también, tragándose pinchos morunos de fuego como un faquir. Luego todo empezaba a girar sin cesar en una espiral de molinillo de viento, sobre el que yo soplaba y soplaba cada vez con más fuerza.


Quizás fuera un efecto raro del café, que rápidamente ingerido, me había alterado la percepción y no me dejaba reaccionar con normalidad. En cualquier caso, fue así como me acordé de algo que habíamos visto en clase el día anterior: "los tonos ocres -decía el profesor- se utilizan para recrear atmósferas oníricas." También caí en la cuenta de que debía de llevar bastante tiempo abstraído y mientras tanto, Lola seguiría esperando algún intento de conversación más coherente.


- ¿Usas ocres en tus pinturas? Resolví tan pronto como pude.
- Los sueños y los recuerdos adquieren esa tonalidad con el paso del tiempo. La caja negra de la memoria está plagada de paisajes mostaza, rostros sepia y ciudades tierra que conviven en una especie de maraña con tendencia al ocre. Sueños ya soñados, vidas revividas que guardamos en el fondo de un cajón que no abrimos, pues nos olvidamos de ellos.


Aquel Ocre del que hablaba Lola empezaba a parecerme un ocre dogmático y por eso intervine diciendo que yo también tengo sueños azules y recuerdos en bermellón encendido. Se rió y afirmó que para ella esos sueños y recuerdos eran azules y rojos porque se trataban más bien de deseos que estarían por venir pero que, sin embargo, rara vez llegarían.


Se quedó callada y volviéndose hacia la puerta, se marchó. Permanecí sentado mientras veía como se alejaba, desde la misma mesa en la que estaba cuando entró y me vio. Apuré la taza y reparé en un anillo abierto que no había visto antes.


Es azul -le dijo. Mis sueños, por el contrario, han dejado de serlo.


Los rayos del sol se cuelan con fuerza entre las rendijas de la persiana y pienso que ciertas cosas terminan en aquel espacio roto que separa ambos lados de un anillo, olvidado por descuido en alguna mesa.


I don´t Know you
Everything is alright now.

viernes, 16 de julio de 2010

MI CAJA DE HERRAMIENTAS

Baúl: si todo se vuelve fiesta y los disfraces no se encuentran, revolveré el fondo de un baúl que estaba cerrado, o eso parecía.
Pigmento Azul: que al aplicarlo sobre el papel en blanco revele libres a los personajes, desprendidos ya de las huellas que quedan en el camino.


Hojas de olivo: para masticar el aire frío que de un portazo cierra las páginas del libro, dejándolo boca abajo.


Sal y pimienta: para que las vidas que se cruzan y sólo llegan a rozarse sigan después haciéndome cosquillas en la planta de los pies. Entonces, me dará la risa y sabré que todo había sido un sueño en una tarde de calor.


Tiritas: porque las noches en blanco parecen más oscuras que el día más radiante que igual me quema los párpados.


Bicicleta: por si acaso uno quiere escaparse, ha de saber que guardo alguna verde en el trastero de mi corazón.


Cigarrillos: para que aparezca la cortina de humo que nos recuerde que no hay que tomar tan en serio esa vida que clama por ser vivida como la de un personaje ficticio.


Ventana: cuando llueve, hay que cerrar las ventanas para escuchar el repiqueteo de la lluvia sobre los cristales de mis gafas de escritor.


Membrillo: habrá días que se le parecen -carnosos, cálidos y esponjiformes pero compactos-. En esos otros en los que la luna es de cristal, quizás sea bueno recordarlos.


Pluma: para hacer el indio, para aparecer en un momento en mi cuarto infantil o poder hablar con el Muecín que llama a la oración sobre el Cañón del Colorado.