viernes, 23 de julio de 2010

LA PALABRA QUE DERROTÓ AL HOMBRE INFINITO ES LUNAR

- Vamos, niña ... Háblame. Hace mucho que no dices nada y yo sigo aquí arriba ¿Lo ves?




- Parece que me he metido en un buen lío esta vez ...




- ¿Qué quieres decir? ¿Qué pasa?




- Tú has sido testigo desde el principio. Lo tienes que saber.




- Te equivocas, no he visto nada. Cuando tú no me miras, te dejo de ver.




- Es Romeo, está perdido. Creo que ha dejado de ver también.




- La justicia sostiene el peso de la balanza a ciegas, niña. Ya deberías haberlo aprendido. Pero espera ... Te sigo viendo un poco borrosa. Vamos, acércate.




- Creo que he vuelto a hacerlo.




- ¿De qué estás hablando?




- Creo que he vuelto a mirar demasiado tiempo de forma directa al sol.




- ¿Es que quieres olvidarte de mi? ¿No sabes lo que les pasa a los que sólo se acuerdan del sol?




- ¿Que pueden dejar de verte?




- Exactamente ¿Es eso lo que quieres?




- No, ya te he dicho que no. Estás empezando a asustarme. Nunca había sentido tanto miedo hablando contigo desde entonces. ¿O es que lo has olvidado?




- No, claro que no. No volveré a dejar que ocurra aquello. Por algo dicen de mi que soy la amante de los lunáticos.




Je, je -se rió la luna.




- Acaba de volverlo a hacer.




- Hacer qué.




- Gruñir. Gruñe como un enorme oso dormido. Si yo fuera uno de ellos me parecería más a Monkiki, ¿te acuerdas de él? Se quedaba colgando de las cortinas y cuando se soltaba daba palmaditas (clap-clap)




- Claps your hands and say yeah¡ Yeah¡




- ¿Está allí arriba contigo?




- Claro, el muy gracioso dice que "choques esos cinco".




Je je je -rieron al unísono.




- Bueno, quizás no seas solamente tú la que esté haciendo que tenga miedo, me siento así desde hace tiempo. Pero no se porqué. Es entonces cuando me entristezco.




- Sabes que no puedes mentir a tu amiga La Luna.




- Es que no deja que yo piense ... Con sus gruñidos y sus quejidos ... Cada vez que hace eso, me entristece pensar que es infeliz, y me duele tanto. Pero no consigo solucionar nada.




- Entonces será que no hay nada que solucionar.




- Pero hace mucho ruido. Todo el tiempo. Y está empezando a no dejar que yo oiga tampoco.




- ¡Pues corre! Dile adiós y vuelve con los nuestros. Es que si no, no tendrás ni eso.




- Creo que acaba de darse cuenta.




- No mires atrás, no cojas nada, vete lejos. Todo saldrá bien esta vez.




- ¿Y si lo sabía todo desde el principio? Qué habré hecho yo por él.




- ¿Es que tú no lo sabías también?




- Por supuesto, por eso lloro por dentro. Pero él siempre sabe encontrarme. Incluso cuando estoy muy muy lejos.




- Entonces volverá a hacerlo, en su debido momento. No se pueden precipitar las palabras en el vacío.




- Tú también te acuerdas de él ...




- Y se que está bien ¿Puede que pienses por un momento que es menos importante tu propia felicidad?




- No suelo pensar en eso.




- ¿Entonces por qué no vuelas un rato y te olvidas de todo lo demás?




- ¡Vale! Doy un salto y ... ¡Allá voy! Quiero ser contigo y con las estrellas, estar donde vosotras estáis.




Oh, mira, él se queda ¿Por qué? ¿Por qué no viene también?






- Por ti. Se queda allí abajo porque puede que le necesites también mañana. Y porque te quiere con locura.




- Como yo a ti y a tus noches heladas llenas de escarcha en el pelo, frías las manos tras el largo velo.




¿Le ves ahora? Se estará poniendo triste, lo se. Cuando no entiende, como tú y yo lo hacemos, que las flores a veces se secan y que el gato se viene ahora conmigo. Como si en el fondo el sonido de sus chanclas contra el suelo, me dijera: estás con otro, lo se; no diré nada. Pero no es lo mismo.




- Claro que no: tú eres la niña y yo soy la luna.




Y la luna se descolgó de su cuarto menguante.




- Podría seguir hablando aquí contigo toda la noche.




- Sabes que no deberías. Para poder tener sueños al día siguiente, también hay que dormir .




- Eso decís los sabios como La Luna.




- Querida niña, sal al balcón y dame un beso de despedida por hoy. Yo sabré devolvérselo a él por la mañana.




Y guardándola el secreto, la niña salió al balcón, ese trocito de calle que todavía flota sobre el abismo de coches aparcados.




- Mi querida luna, luna pequeña; luna de papel siempre con cara risueña. Hoy, luna llena.

jueves, 22 de julio de 2010

SILOGISMO EN EL OLFATO DE LOS OSOS DORMIDOS

La habitación olía a cama deshecha. Confundida entre los intensos aromas del sueño, cogió unos pantalones vaqueros y una camiseta de uno de los brazos de pulpo disecado del perchero. Las ropas olían como las aguas profundas del océano, al contrario que el perchero blanco que olía a zapatería antigua -betún, cola anestesiante y esponjas para sacar brillo al cuero-. Cierta semejanza con la pólvora en el revolver del cazador.


Las manos le sudaban sobre el volante y mezclado con el olor a plástico caliente, hizo que le subiera una arcada. En el bar de al lado estaban friendo huevos, lo que le trajo a la memoria la tierra ardiente de Lanzarote, en la que el agua hervía y los huevos también se freían. Los camellos ... Bueno, los camellos tienen muy mala leche. Dejemos el olor a camello para otro día.



A pesar de todo, un inconfundible olor dulce y seco se desprendía de los polvos de maquillaje haciéndole sentir, si no el ambiente, a sí misma, refrescada y limpia. Como el aire helado que salía por los conductos de ventilación del coche, que había pasado la ITV recientemente y le habían cambiado los filtros. Así que olía a plástico nuevo, como cuando abrimos un balón de playa envasado al vacío. Además estaban las ruedas, que al frenar en el primer semáforo en rojo, chirriaron, devolviendo al exterior lo que era suyo: un olor a quemado característico de la goma de los neumáticos vibrando contra el asfalto. A través de la ventanilla, el retrovisor devolvió un rayo de sol descompuesto en los colores del espectro como hierba mojada y cielo despejado. Un buen presentimiento. No recordaba haber guardado su barra de labios en el bolso. Mejor, así no se derretiría.



La leña seguía ardiendo en la chimenea, creando un ambiente de cojines mullidos en el comedor. Un vecino interrumpió el confort de la escena invernal situada en el trópico de Capricornio, para alertarle de que la hoguera de su hogar estaba metiéndose en forma de humo por la chimenea de la casa de al lado. De acuerdo -concluyó. Consultaré a un técnico mañana en cuanto pueda. Hasta luego.



Su pelo, cortado a trasquilones, pretendía eludir aquello que había caído sobre sus pies oliendo a ramas secas; en realidad, carente de olor peculiar alguno. Se trataba de uno de esos olores que lo impregnan todo por igual, camuflando bajo él los detalles de cualquier otro aroma. A ella le asustaba aquella capacidad multitudinaria de cubrirlo todo.



Dos días después se deshizo en explicaciones para su vecino, y cuando volvió a entrar y se dirigía al baño, encontró un charquito en el suelo que olía a algodón dulce, como si La chica del sueño se hubiera derretido allí mismo.



Sin estar seguro de lo que limpiaría, cogió la fregona y lo secó. Las tiras amarillas se impregnaron de una simpatía desconocida que hacía bailar las baldosas, destapando con su monzón un aroma a cuerpos fósiles de conchas y caracolas y un olor anaranjado a caballito de mar. Uno consiguió saltar hasta su hombro, le descubrió por el espejo; a penas medía cinco centímetros, pero trompeteaba vainillas, mandarinas de la China, limón con crema y canelas que le recordaron la tienda de jabones naturales que estaba al doblar la esquina de la casa en la que vivía la mujer de los vaqueros raídos, situada en la estación del trópico de Cáncer.

martes, 20 de julio de 2010

OCRES EN LA CONVERSACIÓN

Cuando Lola apareció, yo estaba en la cafetería.
- Te he visto -me increpó con ojos de búho.
- Son sólo las once de la mañana -respondí perezoso alargando las palabras que dejaron tras de sí la estela pegajosa de un caracol.
- Al salir de clase vine a la cafetería. Estaba entrando cuando te vi.


Su mirada continuaba fija en la mía que vagabundeaba, posándose aquí y allí en una mano que se rasca el mentón, en la carcajada que entorna los ojos y baja después levemente la barbilla. En frente mío seguía Lola.


- No tiene cocos esa palmera.
- ¿Cómo?
- Digo, que la palmera que está detrás tuyo, no tiene cocos todavía.
- Vaya ... Te refieres a esta palmera que en realidad nació por generación espontánea en ese mismo tiesto. No deberíamos preocuparnos por ella.


Seguramente Lola llevaba un rato por allí, ya que le había dado tiempo a fijarse en la flora que crecía de forma artificiosa e igualmente imprevista, en los numerosos recovecos de la cafetería. Así era, había estado dando vueltas alrededor de la mesa sin que yo -y eso era evidente- me diera cuenta.


Me entristecí al imaginar la escena y bajé la vista hacia mi taza. Hubiera preferido ser un adivino turco que lee los posos del café para haber podido justificar mi comportamiento y explicar el extraño fenómeno que presencié después. Aquel líquido parduzco me devolvió una imagen limitada de mi mismo, de la que formaba parte ella también, tragándose pinchos morunos de fuego como un faquir. Luego todo empezaba a girar sin cesar en una espiral de molinillo de viento, sobre el que yo soplaba y soplaba cada vez con más fuerza.


Quizás fuera un efecto raro del café, que rápidamente ingerido, me había alterado la percepción y no me dejaba reaccionar con normalidad. En cualquier caso, fue así como me acordé de algo que habíamos visto en clase el día anterior: "los tonos ocres -decía el profesor- se utilizan para recrear atmósferas oníricas." También caí en la cuenta de que debía de llevar bastante tiempo abstraído y mientras tanto, Lola seguiría esperando algún intento de conversación más coherente.


- ¿Usas ocres en tus pinturas? Resolví tan pronto como pude.
- Los sueños y los recuerdos adquieren esa tonalidad con el paso del tiempo. La caja negra de la memoria está plagada de paisajes mostaza, rostros sepia y ciudades tierra que conviven en una especie de maraña con tendencia al ocre. Sueños ya soñados, vidas revividas que guardamos en el fondo de un cajón que no abrimos, pues nos olvidamos de ellos.


Aquel Ocre del que hablaba Lola empezaba a parecerme un ocre dogmático y por eso intervine diciendo que yo también tengo sueños azules y recuerdos en bermellón encendido. Se rió y afirmó que para ella esos sueños y recuerdos eran azules y rojos porque se trataban más bien de deseos que estarían por venir pero que, sin embargo, rara vez llegarían.


Se quedó callada y volviéndose hacia la puerta, se marchó. Permanecí sentado mientras veía como se alejaba, desde la misma mesa en la que estaba cuando entró y me vio. Apuré la taza y reparé en un anillo abierto que no había visto antes.


Es azul -le dijo. Mis sueños, por el contrario, han dejado de serlo.


Los rayos del sol se cuelan con fuerza entre las rendijas de la persiana y pienso que ciertas cosas terminan en aquel espacio roto que separa ambos lados de un anillo, olvidado por descuido en alguna mesa.


I don´t Know you
Everything is alright now.

viernes, 16 de julio de 2010

MI CAJA DE HERRAMIENTAS

Baúl: si todo se vuelve fiesta y los disfraces no se encuentran, revolveré el fondo de un baúl que estaba cerrado, o eso parecía.
Pigmento Azul: que al aplicarlo sobre el papel en blanco revele libres a los personajes, desprendidos ya de las huellas que quedan en el camino.


Hojas de olivo: para masticar el aire frío que de un portazo cierra las páginas del libro, dejándolo boca abajo.


Sal y pimienta: para que las vidas que se cruzan y sólo llegan a rozarse sigan después haciéndome cosquillas en la planta de los pies. Entonces, me dará la risa y sabré que todo había sido un sueño en una tarde de calor.


Tiritas: porque las noches en blanco parecen más oscuras que el día más radiante que igual me quema los párpados.


Bicicleta: por si acaso uno quiere escaparse, ha de saber que guardo alguna verde en el trastero de mi corazón.


Cigarrillos: para que aparezca la cortina de humo que nos recuerde que no hay que tomar tan en serio esa vida que clama por ser vivida como la de un personaje ficticio.


Ventana: cuando llueve, hay que cerrar las ventanas para escuchar el repiqueteo de la lluvia sobre los cristales de mis gafas de escritor.


Membrillo: habrá días que se le parecen -carnosos, cálidos y esponjiformes pero compactos-. En esos otros en los que la luna es de cristal, quizás sea bueno recordarlos.


Pluma: para hacer el indio, para aparecer en un momento en mi cuarto infantil o poder hablar con el Muecín que llama a la oración sobre el Cañón del Colorado.