domingo, 26 de enero de 2020

LA MARIPOSA

Érase una vez una mariposa amarilla que se confundía con el sol cuando atravesaba sus rayos.

Un día de lluvia la mariposa voló hasta las nubes que tapaban el sol.

- Hoy no puedo confundirme con tus rayos y mis alas llenas de agua, pesan más. Quiero sentirme ligera entre las sombras igual.

Pero el sol estaba lejos y no la podía escuchar.

- ¿Por qué no sales un rato y volvemos a pasear? Volaremos entre las flores y escaparemos del animal.

Llegó la noche y con ella la luna plateada. La mariposa espantada por sus reflejos mortecinos, se posó junto al lago. En él se reflejaban los largos troncos de los árboles desnudos y sus afiladas ramas, pues el invierno había llegado. La mariposa cerró fuertemente sus alas e intentó descansar. Pero cuanto más lo intentaba, el sueño más se alejaba. Como una sombra entre las sombras comenzó de nuevo a volar. “Mariposa errante, abre con tus alas la noche cerrada.”

Al alba la mariposa cansada se paró de nuevo, esta vez en una rama.

- Qué noche más tenue, es larga como el humo y tiene el color de los sueños, pero todo el mundo la duerme.

EL HOMBRE TUMBADO

Érase una vez un hombre tumbado en un prado verde, como el trigo verde, como los ojos verdes de mi gato. Érase una vez un hombre que descansaba a la sombra de un olmo en el prado verde como los ojos del mar, como la barca que lo atraviesa, como un rayo de esperanza.

Érase una vez un hombre que tenía los ojos cerrados, sobre el prado verde estaba tumbado. La hierba se mecía al sentir el viento alado. El corazón de los hombres es como el sol en un cielo olvidado, la pizarra vacía y el borrador en la mano.

Érase una vez un grupo de hombres con azadas que cortaban el largo trigo espigado. Veo la estampa a lo lejos como si solo fuera un cuadro. Porque yo nunca he visto hombres con azadas cortando el trigo espigado, porque yo nunca he visto el sol ponerse sobre sus hombros cansados. Es como si el cielo que los cubre, fuera más bien un manto blanco. O una noche con luna llena en la que queremos ver su antifaz serena. Luna lunera, cascabelera, detrás de la cama, tengo mi azada.

Pero por la mañana toda la noche se aclara y aunque blanca pareciera entonces, bien negra era su parca. El sol me lo ha dicho de nuevo: en la claridad te veo.

LA MARIPOSA Y EL HOMBRE TUMBADO

Érase una vez una mariposa que revoloteaba en el cielo de los párpados cerrados del hombre tumbado en el prado. Mas por confundirse con los rayos de sol tras sus párpados, el hombre que descansaba al son del viento tumbado, el vaivén de sus alas no notaba.

“Mariposa dorada posa tus alas en mi mirada y arroja los colores de los pétalos de las flores sobre mi cabeza tumbada. Los colores del viento son cálidos en mis párpados cerrados, pero el sol no me deja verte, que sus rayos dejen de esconderte”.

Se nubló el cielo y unas gotas de lluvia cayeron sobre su rostro apagado. Como una rosa que se abre, se encendieron sus ojos cerrados. Como una hoguera en una cueva, sus pasos se levantaron y refugio encontraron. La mariposa ligera voló hasta su mano. Al notar el contacto suave de sus alas, el hombre que había estado tumbado en el prado, se acostó de nuevo en el suelo y se durmió. 

Soñó con fresas silvestres que recogía en un cesto. Al abrir los ojos y ver el cesto vacío pensó que todas se las había comido. La mariposa dorada fuera de la cueva volaba. Y el cielo encendido veía el caminar de vuelta a casa del hombre dormido. Solo faltaban unos pasos para llegar y el prado verde muy lejos quedaba, como una mancha borrosa de tinta china que el agua de la lluvia olvida. Ya en casa besó a su mujer, acarició a su gato y se quitó los zapatos llenos de barro. “Mariposa alada vuela de vuelta a los sueños que se cierran como ventanas. Mariposa dorada posa tus alas en mis ojos e ilumina con tu luz mi morada; como si la noche nunca llegara”.