martes, 31 de mayo de 2011

IMAGINEMOS IMAGINAR

Hay algo de infancia en cada rosa que crece
Hay algo de infancia en cada canción que suena en el coche
Hay algo de infancia, en fin, en los trajes elegantes cuando eran telas antes
Hay algo de infancia en el motor que relincha y al chico que viene corriendo se le caen las gafas y le da la risa
Algo de infancia allá donde vayamos pájaros-manos, bocas-nubes y el alma calada hasta los ojos como premisa de un nuevo mundo alado
Algo de infancia en Tolstoi, Durero, Balzac, Goethe y Kant que no podían imaginar otra historia que la del cambio moral, religioso, social, humano y cognoscible
Hay algo de infancia total en todo lo que escribe, sean formularios grises, poesías, esquelas tristes o pintadas en la Puerta del Sol
Hay algo de infancia en cada ser que camina, en todas y cada una de las semillas que germinan en los campos y que se posan siendo polen en tu pelo enmarañado
Algo de infancia que clama como un niño hambriento en cada universo, particular o infinito, por ser vivido y medido como un traje a estrenar cada mañana porque simplemente el sol ha salido, la luna se ha escondido hasta esta noche tan sólo: podemos intuir algo de infancia en cada gota de rocío,
en cualquier cosa que puebla este mundo real e imaginario.
P.J. Harvey White Chalk
http://youtu.be/CrCQbrFCQ1I

White chalk hills are all I've known
White chalk hills will rot my bones
White chalk sticking to my shoes
White chalk playing as a child with you

White chalk sat against time
White chalk cutting down the sea line
I know Mary's by the surf
On a path cut 1500 years ago

And I know these chalk hills will rot my bones

Dorset's cliffs meet at the sea
Where I walked
(Our unborn child in me)
White chalk
(Poor scattered land)

Scratch my palms
There's blood on my hands

jueves, 26 de mayo de 2011

TU NOMBRE

Tierra fértil es tu nombre
camina por mi cabeza
con paso apresurado y decidido
libiana flor que posa sus manos
en las membranas aladas de mi cuerpo
e inunda de felicidad,
paraiso incomparable,
esta tierra fértil.

lunes, 23 de mayo de 2011

LAS MUSAS TAMBIÉN LLORAN




Hace un momento estaba aquí, esponjosa y libiana. Me he levantado para fumarme un cigarro en la cocina, con la ventana abierta, y cuando he vuelto me he encontrado su silla vacía. Justo al lado del cuaderno, encima de la mesa, había un papel arrancado con algunas notas. Parece ser que me abandona, dice que me sabré apañar sin ella. La verdad es que desconozco su nombre y, como ya he dicho, su silueta era tan etérea como la de una nube borrosa, difuminada, suelta de todas las demás nubes del cielo, tirando a violeta al atardecer.

Debe ser verdad: "me he marchado para siempre", ha escrito con letra nerviosa. También me cuenta por qué. Tiene que labrarse un futuro, así que de ahora en adelante tendré que hacer las cosas sola. Este trabajo no la alcanzaba para llegar a fin de mes y estaba cansada de inspirar siempre a los demás sin recibir nada a cambio, tal vez una sonrisa, la llama de una antorcha ... Me cuenta. "Pero de eso no se vive", me ha escrito también, "y además necesito tiempo para ocuparme de mí misma". Ella, que me ha regalado las horas más frutíferas.

En realidad, siempre intuí que no debía dejarla sola y menos delante del cuaderno, pero no me gusta fumar en el salón, luego siempre me arrepiento de que toda la casa huela a tabaco.

Me pide que no intente dar con ella, tampoco a través de algún otro escritor: "eso se acabó". Ha sido bastante rotunda al respecto. Además añade, que tampoco sería capaz de reconocerla. Resulta que así es de cambiante. Me entristece pensar que ni si quiera puedo buscarla. Tan sólo me quedará de ella su recuerdo, pero ahora no es éste, si no el vacío que ha dejado lo que me desespera. Eso, y la hoja en blanco.

viernes, 20 de mayo de 2011

EL TRAYECTO

Hay un hombre sentado a mi lado que parece estar nervioso, baja de un golpe el reposabrazos de su izquierda, en la derecha no hay ninguno: estoy sentada yo. Y pensar que poco antes descansaba mi silenciosa y tranquila mochila ... ¡Por qué la habré quitado! Pero, claro, empezaba a subir mucha gente y ya éramos bastantes los que estábamos dentro: ¿qué otra cosa podía hacer? Me intento tranquilizar. "Tú haz como si no estuviera", me autoanimo. Pero no sé por qué la cercanía de los desconocidos hoy me pone nerviosa, yo también. Y encima me toca al lado de un exabrupto. Veo un cartel de publicidad en la parada siguiente, parece tan ínfima como yo, "piedra pequeña", parada del autobús en la inmensidad del verde hasta donde alcanza la vista: el cielo azul. La publicidad, en concreto, "anima" a hacerse socio de una ONG mientras uno sigue durmiendo y pienso que esa publicidad va dirigida a gente con más sentido del humor que yo. Eso, o es que, quizás, simplemente, el sentido que capto me da risa pero una risa un poco floja, como boba. Mañana tengo que pedir cita con el médico para que me recete más pastillas. Realmente, hoy no es mi día.

Bueno, a lo mejor con un poco de suerte se baja antes que yo. Concentro toda mi rabia en este pobre señor que no tiene la culpa de que yo esté de bajón. Pasamos por debajo de un puente y giramos a la derecha: otro pueblo más antes de llegar a Madrid. ¿Podría parecer una amargada? Pero es que realmente no encuentro el sentido hoy. Veo mi vida como si fuese una línea, un acontecimiento tras otro, pero no entiendo todavía cómo he llegado hasta aquí. San Agustín de Guadalix. Lo de amargada me hace recordar a una señora que atendía los probadores el día anterior y que me trato, más o menos, como a la ropa que dejé al salir, encima del mostrador. Quizás hoy no tenga la misma cara de desdén porque alguien joven como yo haya cogido una prenda de más. Me cercioro de que el volúmen de mi walkman, bueno, discman, bueno, i-pod esté a la altura perfecta, ni muy bajo ni demasiado alto. Se supone que los trayectos deberían llevarnos a alguna parte; de hecho, casi siempre me gustan los trayectos, pero hoy me bajo en Madrid con la impresión de que no he llegado a ninguna parte.

martes, 17 de mayo de 2011

LA SOLIDARIDAD EN LA ESPERA


Obra de Luis Berrutti

Quizás en otra vida todo era más fácil y sentirse leve como una pluma llevada por el viento fresco de la mañana sería lo más natural. Hoy me siento anclada con tal fuerza a la tierra que podría compararme con una planta. El sol entra por los cristales, así que no me quejo. Odio los días de grises nubarrones y de lluvia como un alérgico al polen, estornuda en primavera. El tiempo, que nunca fue una preocupación real, comienza a serlo. Cruzada la frontera de los 30, todo parece más y menos probable. En mi caso, la aduana ha sido el miedo, un miedo no injustificado que se ha ido instalando debajo de la almohada, todavía no ha encontrado mi corazón y sé que eso es algo que me honra porque si puedo hacer gala de algo en esta vida, es de mi esencial vocación luchadora: no me rindo así como así. La vida me ha ido enfrentando a acontecimientos duros y no es que crea que soy una persona fuerte, pero sé aminorar la marcha, tener paciencia a fuerza de resistir a una impaciencia, a veces, desorbitada. ¿Fantasmas? Pocos. Casi no quedan. Deben de haberse ido por aburrimiento, ya no se les había perdido nada por aquí.

Tengo una pareja que me quiere, me cuida y me protege, quizás demasiado. Pero como alguna que otra vez he sido muy desprendida con la vida, al principio recibí su confortable protección como un tesoro. Sin embargo, a medida que he ido pasando el tiempo, esto ha terminado creándome cierta dependencia. Una dependencia insospechada, desconocida, inimaginada. Puedo hablar de mi misma con cierta distancia pero con total sinceridad. No veo vergüenza alguna en esto. Sé que todos pretendemos una normalidad inexistente. La normalidad es muy aparente y sólo puede confundirse con comportamientos pautados socialmente, que de forma individual sólo podemos mantener aferrándonos a ella con los dientes apretados. Es decir, su constante radica fundamentalmente, en una mayor voluntad que libre albedrío. O sea, que si existe alguna normalidad verdadera, esa es la del libre albedrío. Sé que puedo estar hablando de mí misma y a la vez, estar hablando en general y, por lo tanto, que mis palabras carecen de un necesario tinte personal, de la intimidad de un diario, pues el secretismo, pasada la adolescencia, se abandona y se contrarresta con la libertad de expresión. Si yo, a estas alturas, soy incapaz de expresar mis pensamientos o siento cobardía por hacerlo, es que algo no anda bien del todo. Confío en el género humano y en la diversidad de vivencias y u, opiniones; en la posibilidad de una convivencia sana con nuestros semejantes. Lo que es lo mismo, confío en las personas, aunque no ciegamente ni por principio. Yo también sufro decepciones o siento cómo la soledad, a veces, me sobrecoge. Pero he conocido a algunas personas que siempre han estado ahí, sin que eso suponga en sí mismo una cualidad, sí que me hace reconocer cierta dignidad tanto en mis semejante como en mí misma: “la solidaridad de la espera” de la que nos habló Berrutti.

Mis inquietudes no son más que pensamientos que han sido pensados, seguramente, una y mil veces. No son nada del otro mundo, lo sé y en eso me siento vinculada con los demás, aunque algunos lo compartan hablando, otros escribiendo y algunos otros no lo hagan, eso sería lo peor de todo. No hay motivo para esconder, o esconderse. A veces, yo misma siento tal necesidad de hablar con alguien y no le encuentro a mi alcance, que lo único que puedo es tener paciencia, esa “solidaridad en la espera” de la que hablábamos con Berrutti. Todos, de una u otra forma, más o menos, tenemos que esperar.

martes, 10 de mayo de 2011

EL GLOBO



Estoy tan lejos de ti como puedo estarlo. Nunca dejarás de estar como en una película que sucede en mi imaginación.

Hoy pasé por delante de tu casa, bueno, muy cerca, y ví cómo un globo rojo, más bien corriente, volaba hacia el cielo. Parecía que lo hubieras soltado por mi. En realidad sabías que pasaría por ahí a esa hora y desde luego que conoces bien mi color preferido, el rojo. El globo, efímero e inevitable, volaba directo hacia el cielo. Soltado de tu mano que minutos antes lo sostenía.

Fue tu ausencia y no el globo, lo que me asustó un poco: al fin soltabas la fina cuerda que nos unía. Un espacio que bien podía contenerse en aquel aparato o juguete, ese que compartimos, huyó de tu mano.

Lo se porque no te vi por allí. Debiste irte justo antes, lo suficiente como para decir: "no volverá, se que no lo hará".

Pero que frío y que pinchazo sentí cuando, cruzando la calle, lo dejé de advertir en el azul celeste. El globo, aquel retazo de mi memoria, también huyó; y lo hizo justo a tiempo, porque un momento después torcías la esquina de tu casa y salías a la gran avenida. Te vi con tu chaqueta de pana y tus zapatos oscuros. Ibas junto a un niño que, pensándolo mejor, quizás fuera a quien se le escapó el globo aquella mañana, sin que tú pudieras hacer nada por recuperarlo.

Voló. Voló. Y ... Seguramente a cierta altura: puff! Explotó y nadie lo vió.

OTRA VEZ EN EL ASFALTO

Cuando miré hacia detrás, un cuatro por cuatro se acercaba como vestido por un viento gélido que lo camuflaba en una nube de polvo. Parecía querer mover el mismísimo asfalto. Mario se subió rápidamente a su coche dejándome allí solo. Las luces de los faros delanteros me cegaban y una extraña pero terrible adherencia me había dejado paralizado. El inicio fue pronto un girar y girar de toda la superficie de mi cuerpo aplastada contra los neumáticos; tan sucio volví a aterrizar en el suelo que no quedó ni un milímetro de mi original color rosado. Ni que decir tiene que no volvería a recuperar mi auténtico sabor a fresa ácida.