viernes, 15 de mayo de 2020

III. B.

Apenas una visión

entre dos

trozos de tela

esa vida quieta de afuera que late con fuerza en mi interior

es la misma que he llevado conmigo siempre, allí donde he recogido un beso caído del árbol, tus manos

es  la misma que no quiere ser a medias ni saber la medida exacta, la cantidad certera

es la que siempre

se cuela

por la vidriera de color.

III. A.

Voy recorriendo la casa

como si fuera mi cuerpo: desde la terraza al salón y de allí a la ventana del cuarto

sé que quiero salir

de la casa, de mi cuerpo, para encontrarnos allí donde la palabra pide silencio

sé que quiero salir

estar aquí se ha convertido en oración y patria, en una naranja sobre la mesa, el sol

si pudiera

alzaría mis brazos en mitad de la calle para que me vieras, te estoy esperando

si nos dejasen

buscaría menos razones y tendría motivos suficientes para correr con lobos

si quisieras

me acompañarías sin preguntar por qué vuelve a estar en su lugar el astro mayor.

miércoles, 13 de mayo de 2020

II. LA DINASTÍA DEL MOCHUELO

De chaval mi abuelo aprendió, como la mayoría de los niños del pueblo, a hacer el mochuelo. Por eso les llamaban "la dinastía del mochuelo" o, simplemente, mochuelos: entrelazaban sus dedos y poniendo los dos dedos gordos juntos, soplaban entre ellos, abriendo y cerrando las dos manos.
Mi abuelo siempre imitaba el ulular cuando estaba contento y en el campo. Nunca he visto un mochuelo igual a él, con esa sonrisa solar y pícara en sus ojos nocturnos llenos de cielo abierto.
Volar era, para él, tan fácil como subirse a un cerezo para picar sus frutos. Luego decía que habían sido los pájaros y, como si fuéramos simples excursionistas, le dábamos la razón. Mientras, mi abuela le sacudía la camisa y guiñándonos un ojo nos señalaba las plumas huidizas que volaban a nuestro alrededor. A la hora de dormir nos daban las buenas noches, diciéndonos: "hasta mañana, mochuelos". Pero ninguno sabíamos ulular como él.
Lo que sí heredé de él de pequeña fue su gusto por las lombrices. Cogía un palo y, los días de lluvia, las cazaba de entre la tierra mojada y jugábamos a lanzarlas lo más lejos posible. Creo que nunca se lo dije, pero él lo sabe; si no por qué todavía hoy en las noches cerradas si miro con atención, puedo verle delante del cielo azul con sus manos juntas llamándome uh-uh uh-uh como a uno de sus mochuelos. Al levantarme por la mañana me encuentro una lombriz que me trajo en su pico de infancia la lluvia. ¿O sería él, mi abuelo de "la dinastía del mochuelo"?

lunes, 11 de mayo de 2020

I.

Todo está en ordenado desorden

las revistas, los libros, los adornos...

incluso la bolsa de tela colgada del respaldo de la silla reposa en armonía

los patucos blancos de mi gata sobre los que descansa su cabeza y su cuerpo hecho un ovillo

la lámpara roja encendida sobre la mesa alta

el sonido al pasar las páginas del periódico mientras lo ojeas

"the cup of love"... Todo me envuelve con sencillez

mientras la luz del sol se va disipando dejando paso a la cercanía de la noche

pero no todavía, ahora el crepúsculo, ahora esa hora preferida para soñar despierta

como si el mundo descansase en el cuenco de mis manos y en ninguna parte y solo así pudiera verlo sin mirarlo

¡son tantos los días que agradezco asistir al ocaso!

Nos sostiene, Dios quizás, de un hilo cortado

aquí no somos marionetas: todo nos pertenece y a todo pertenecemos

soy una con su calidez, en mi hogar

y todo aquello que desconozco no da miedo.