Hundida en el nicho de mi ventana
y escalo los ecos de las palabras,
me llevan a cumbres mordidas por el viento
donde habitan los dragones del silencio
que sobrevuelan la calma que me envuelve
con la brisa del mar lejano tan lejano
cuando no lo había podido ver todavía.
donde habitan los dragones del silencio
que sobrevuelan la calma que me envuelve
con la brisa del mar lejano tan lejano
cuando no lo había podido ver todavía.
La ventana se ha llenado de espesura negra
como la noche que se enreda en el vidrio
marchitándose la aurora en los bordes del olvido,
la memoria de lo antiguo llega hasta aquí
rodando como un balón de infancia
que gira al son de los ruidos orquestales
acompasando su deslizarse al tono de tus pasos:
podría vivir mil vidas y no podría alcanzarte.
Quiero ser la hoja que cae en primavera
quiero ser la flor que se abre en otoño
la brisa que mueve el copo de nieve
el blanco sol del verano inmaculado
una mota que se lleva el viento en su latido
la mirada robada a los anteojos
la parada escondida en la montaña, más abajo
el cauce congelado de las venas del río
sangre que se inflama con el rugido tenue del ocaso.
Tengo escondida en mis venas
una multitud de ecos que excavan mi sangre
—como si fueran caimanes en agosto—
y tu cuerpo enredado en mi sien
me dicen que siempre llegaré a tiempo
porque el tiempo nunca espera
porque las cicatrices son luciérnagas
porque las heridas dejan de serlo
porque quizá la brisa marina alcance a cerrarlas.
Paso por debajo del umbral del silencio
como una luciérnaga cegada por la noche
recuerdo que un día claro llegaste hasta mí
mientras compraba un billete de tren sin destino
desfilaron los compases del último vals
hasta el más íntimo caudal del deshielo
y se hicieron de día los anocheceres
como si abril fuera un mes incierto
me aferré a las vías de la estación más lejana
y partí en ese vagón vacío hasta la mañana siguiente.
como la noche que se enreda en el vidrio
marchitándose la aurora en los bordes del olvido,
la memoria de lo antiguo llega hasta aquí
rodando como un balón de infancia
que gira al son de los ruidos orquestales
acompasando su deslizarse al tono de tus pasos:
podría vivir mil vidas y no podría alcanzarte.
Quiero ser la hoja que cae en primavera
quiero ser la flor que se abre en otoño
la brisa que mueve el copo de nieve
el blanco sol del verano inmaculado
una mota que se lleva el viento en su latido
la mirada robada a los anteojos
la parada escondida en la montaña, más abajo
el cauce congelado de las venas del río
sangre que se inflama con el rugido tenue del ocaso.
Tengo escondida en mis venas
una multitud de ecos que excavan mi sangre
—como si fueran caimanes en agosto—
y tu cuerpo enredado en mi sien
me dicen que siempre llegaré a tiempo
porque el tiempo nunca espera
porque las cicatrices son luciérnagas
porque las heridas dejan de serlo
porque quizá la brisa marina alcance a cerrarlas.
Paso por debajo del umbral del silencio
como una luciérnaga cegada por la noche
recuerdo que un día claro llegaste hasta mí
mientras compraba un billete de tren sin destino
desfilaron los compases del último vals
hasta el más íntimo caudal del deshielo
y se hicieron de día los anocheceres
como si abril fuera un mes incierto
me aferré a las vías de la estación más lejana
y partí en ese vagón vacío hasta la mañana siguiente.
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