jueves, 22 de mayo de 2014

DOCE TULIPANES AMARILLOS




















Qué romántico es coger flores silvestres. Pero más lo es bajarse del coche para coger tulipanes amarillos de la rotonda y dárselos a mi holandesa. Me da tiempo, acabamos de parar frente al semáforo. Verde. Ya vuelvo. Mi holandesa me mira desdeñosa, parece que no le gustan mis tulipanes. Se enfada. “¿Por qué has hecho eso?” Me recrimina. “Por ti”, la respondo. “Porque te quiero”. Cruza los brazos enérgicamente y gira la cabeza hacia la ventanilla. “Oye, ¿qué te pasa? ¿No te gustan? Cogeré otros: rosas, verdes, azules… ¡Los que tú quieras! Aunque yo sigo prefiriendo para ti los amarillos”. “Apártalos de mi vista”. Arranco un pétalo y lo mastico –no sabe mal-. Arranco el segundo y sigo masticando. “Ummm, qué ricos… ¿quieres probarlos?” Pero mi holandesa ya no está y mi coche es el único que está parado en plena carretera. Los demás pasan de largo esquivándome a la vez que lanzan pitidos. “¡Quítate de en medio, empanao’!” Pero no pienso moverme hasta que me los coma todos. Ya no me deleito, mastico de golpe muchos pétalos y me trago las flores enteras hasta que sólo quedan agarrados a mis manos los gruesos tallos.

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