sábado, 5 de marzo de 2011

APOLLINAIRE


Caligrama de Hélices (Guillermo de Torre, 1923)

Cuando Apollinaire salió de su casa, creía ciertamente que sus pasos le llevarían como todos los lunes a su trabajo, una oficina de Tag Stack que todos los que hayan pasado por Avenida de América, puede que hayan visto en las primera planta del número dos. Unos amplios ventanales ofrecen unas vistas privilegiadas sobre el tráfico humano y de vehículos que parece perpetuarse de forma ininterrumpida las veinticuatro horas de un día cualquiera. Quizás sí cambian los rostros de los que portan maletas, quizás también los oídos de los transeúntes que moran las inmediaciones se hayan acostumbrado a su ruido. Porque tanto como si quieres usar el móvil o llamar desde una cabina, puedes hacerlo, y la gente lo hacemos. Así como fumarte un cigarro a la puerta de la cafetería de la esquina, Nataresón, se llama.

Cuantas veces se había bajado Apollinaire en aquella estación gris por el color de la banda estrecha de su línea. Salía siempre por la misma boca de metro, la que está en la misma acera de su trabajo. Debido a su nombre, creía que el destino no había podido ser más consecuentemente vehemente consigo mismo. Sin embargo, aquel día se distrajo con una señora bastante afable que le preguntó algo sobre la estación de autobuses, y terminó andando los pasos junto a ella hasta la primera planta donde estaba la estación. De repente, una voz desconocida, por lo que dijo a continuación, le salió por sorpresa y se vio a sí mismo montado en el autobús. La señora en cuestión se sentó en un asiento de la ventanilla desde la que Apollinaire podría verla. En cuestión de diez minutos Apollinaire estaba enseñando al conductor un billete recién comprado que tenía como destino Burgos. ¡Burgos! Rió para sus adentros, pues no le parecía que fuera el lugar perfecto por el que perder el empleo. Se imaginó la escena del siguiente modo:

- ¿Apollinaire?
-¿Sí?
- ¿Te sucede algo?
- Pues la verdad es que no -contestaría Apollinaire-. Es que me he venido a Burgos, Baptista, que tenía ganas de conocer la catedral y ya puestos, también voy a darme una vuelta por los yacimientos de Atapuerca.

En principio su compañero se quedaría atónito y no sabría que responder hasta que después de unos segundos, concluyera que “Apollinaire estaba indispuesto, porque había tomado una cena copiosa y le había sentado fatal. Normal.”

- Baptista, ¿está ahí?
- Sí, Apollinaire. No te preocupes y descansa. Recupérate.
- ¿Baptista?
- ¿Sí, Appollinaire?
- Pero ¿tú me estabas escuchando?
- Por supuesto. Hasta mañana entonces.

No había forma de ser insumiso en una ETT para la que has estado trabajando con puntualidad escrupulosa durante nueve años.

- Tal cual -se dijo-. Mañana otra vez al currele.

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