- Te he visto -me increpó con ojos de búho.
- Son sólo las once de la mañana -respondí perezoso alargando las palabras que dejaron tras de sí la estela pegajosa de un caracol.
- Al salir de clase vine a la cafetería. Estaba entrando cuando te vi.
Su mirada continuaba fija en la mía que vagabundeaba, posándose aquí y allí en una mano que se rasca el mentón, en la carcajada que entorna los ojos y baja después levemente la barbilla. En frente mío seguía Lola.
- No tiene cocos esa palmera.
- ¿Cómo?
- Digo, que la palmera que está detrás tuyo, no tiene cocos todavía.
- Vaya ... Te refieres a esta palmera que en realidad nació por generación espontánea en ese mismo tiesto. No deberíamos preocuparnos por ella.
Seguramente Lola llevaba un rato por allí, ya que le había dado tiempo a fijarse en la flora que crecía de forma artificiosa e igualmente imprevista, en los numerosos recovecos de la cafetería. Así era, había estado dando vueltas alrededor de la mesa sin que yo -y eso era evidente- me diera cuenta.
Me entristecí al imaginar la escena y bajé la vista hacia mi taza. Hubiera preferido ser un adivino turco que lee los posos del café para haber podido justificar mi comportamiento y explicar el extraño fenómeno que presencié después. Aquel líquido parduzco me devolvió una imagen limitada de mi mismo, de la que formaba parte ella también, tragándose pinchos morunos de fuego como un faquir. Luego todo empezaba a girar sin cesar en una espiral de molinillo de viento, sobre el que yo soplaba y soplaba cada vez con más fuerza.
Quizás fuera un efecto raro del café, que rápidamente ingerido, me había alterado la percepción y no me dejaba reaccionar con normalidad. En cualquier caso, fue así como me acordé de algo que habíamos visto en clase el día anterior: "los tonos ocres -decía el profesor- se utilizan para recrear atmósferas oníricas." También caí en la cuenta de que debía de llevar bastante tiempo abstraído y mientras tanto, Lola seguiría esperando algún intento de conversación más coherente.
- ¿Usas ocres en tus pinturas? Resolví tan pronto como pude.
- Los sueños y los recuerdos adquieren esa tonalidad con el paso del tiempo. La caja negra de la memoria está plagada de paisajes mostaza, rostros sepia y ciudades tierra que conviven en una especie de maraña con tendencia al ocre. Sueños ya soñados, vidas revividas que guardamos en el fondo de un cajón que no abrimos, pues nos olvidamos de ellos.
Aquel Ocre del que hablaba Lola empezaba a parecerme un ocre dogmático y por eso intervine diciendo que yo también tengo sueños azules y recuerdos en bermellón encendido. Se rió y afirmó que para ella esos sueños y recuerdos eran azules y rojos porque se trataban más bien de deseos que estarían por venir pero que, sin embargo, rara vez llegarían.
Se quedó callada y volviéndose hacia la puerta, se marchó. Permanecí sentado mientras veía como se alejaba, desde la misma mesa en la que estaba cuando entró y me vio. Apuré la taza y reparé en un anillo abierto que no había visto antes.
Es azul -le dijo. Mis sueños, por el contrario, han dejado de serlo.
Los rayos del sol se cuelan con fuerza entre las rendijas de la persiana y pienso que ciertas cosas terminan en aquel espacio roto que separa ambos lados de un anillo, olvidado por descuido en alguna mesa.
I don´t Know you
Everything is alright now.
No hay comentarios:
Publicar un comentario