como llegan los candiles a apagarse
con el soplo de quién sabe qué.
Intento encender ahora linternas en desuso
alumbran muy poco, tan solo las líneas
del camino que recorro sin prisa y a tientas.
De pronto se apagan y me quedo quieta
en la carencia de luz. Pausa.
Tan incierto es mi estado en lo borroso
como una miopía o quizás la presbicia
paralizantes, como un sedante en el vaso
abandonado en la barra de un bar de paso
que el camarero tiene que tirar sin probar.
Pero esta lentitud no solo me ciega
también quiebra mi estabilidad
conquistada en los días de verano.
Alguien me echa una mano, no le veo…
Tan solo sé que me sostiene en la pereza
de un clic en el interruptor de la lámpara
que me hace cerrar los ojos al deslumbrarme.
El inesperado movimiento llegó
como llegan las farolas a encenderse
en las calles lluviosas de mi barrio.
Se visten de un frío soplo de invierno
y la escarcha se funde con su metal forjado
a fuego reflejado en las gafas protectoras del herrero.
Alguien me echa una mano, no le veo…
Tan solo sé que me sostiene en la pereza
de un clic en el interruptor de la lámpara
que me hace cerrar los ojos al deslumbrarme.
El inesperado movimiento llegó
como llegan las farolas a encenderse
en las calles lluviosas de mi barrio.
Se visten de un frío soplo de invierno
y la escarcha se funde con su metal forjado
a fuego reflejado en las gafas protectoras del herrero.
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