El amarillo vive en mí como un trozo de algodón enfurecido como si quisiera explotar y rebotar contra cualquier árbol verde.
El rojo me acaricia las sienes de amapola como si quisiera olvidarme a que he venido, como si todavía estuviera llegando.
El verde anida en mi pelo como un pájaro de viento y briznas de paja, quiere contarme la historia más larga de la humanidad en un futuro inalcanzable.
El azul deposita sus párpados en mis manos y llueve afuera en una tenue luz de fogonazos de guerra y paz.
Blanco, tan blanco… que pudiera desaparecerme como las entrañas de un león famélico, es el chillido de un halcón.
El negro quiere borrarlo todo, pero desaconsejan huir de él pues siempre te encuentra en los agujeros huecos del sol.
El naranja se ha abalanzado sobre mí como una fruta madura que cae del árbol y siempre me recuerda esos vestidos de los veranos tras los veranos.
Gris es la gaviota que vuela sobre el Liffey y el río y los edificios y la noche y la gente que camina en por su calles grises.
Morado es el pintalabios que perdí, el mechero y los pantalones de campana y las lilas y todo lo que es morado.
Marrón, cartón de mi corazón de Alejandra, marrón raíces aéreas, trepador marrón hacia la cumbre de la montaña.
Rosa es la lágrima del muñeco que no llora y rosa es el cielo al atardecer en Madrid mientras se encienden las bombillas rosas.
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