“Mariposa dorada posa tus alas en mi mirada y arroja los colores de los pétalos de las flores sobre mi cabeza tumbada. Los colores del viento son cálidos en mis párpados cerrados, pero el sol no me deja verte, que sus rayos dejen de esconderte”.
Se nubló el cielo y unas gotas de lluvia cayeron sobre su rostro apagado. Como una rosa que se abre, se encendieron sus ojos cerrados. Como una hoguera en una cueva, sus pasos se levantaron y refugio encontraron. La mariposa ligera voló hasta su mano. Al notar el contacto suave de sus alas, el hombre que había estado tumbado en el prado, se acostó de nuevo en el suelo y se durmió.
Soñó con fresas silvestres que recogía en un cesto. Al abrir los ojos y ver el cesto vacío pensó que todas se las había comido. La mariposa dorada fuera de la cueva volaba. Y el cielo encendido veía el caminar de vuelta a casa del hombre dormido. Solo faltaban unos pasos para llegar y el prado verde muy lejos quedaba, como una mancha borrosa de tinta china que el agua de la lluvia olvida. Ya en casa besó a su mujer, acarició a su gato y se quitó los zapatos llenos de barro. “Mariposa alada vuela de vuelta a los sueños que se cierran como ventanas. Mariposa dorada posa tus alas en mis ojos e ilumina con tu luz mi morada; como si la noche nunca llegara”.
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