Érase una vez un hombre tumbado en un prado verde, como el trigo verde, como los ojos verdes de mi gato. Érase una vez un hombre que descansaba a la sombra de un olmo en el prado verde como los ojos del mar, como la barca que lo atraviesa, como un rayo de esperanza.
Érase una vez un hombre que tenía los ojos cerrados, sobre el prado verde estaba tumbado. La hierba se mecía al sentir el viento alado. El corazón de los hombres es como el sol en un cielo olvidado, la pizarra vacía y el borrador en la mano.
Érase una vez un grupo de hombres con azadas que cortaban el largo trigo espigado. Veo la estampa a lo lejos como si solo fuera un cuadro. Porque yo nunca he visto hombres con azadas cortando el trigo espigado, porque yo nunca he visto el sol ponerse sobre sus hombros cansados. Es como si el cielo que los cubre, fuera más bien un manto blanco. O una noche con luna llena en la que queremos ver su antifaz serena. Luna lunera, cascabelera, detrás de la cama, tengo mi azada.
Pero por la mañana toda la noche se aclara y aunque blanca pareciera entonces, bien negra era su parca. El sol me lo ha dicho de nuevo: en la claridad te veo.
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