No pasa nada, de algo hay que morir
iluminada está tu calavera
dionisiaco fruto de esperanza tardía
ecuestres cinceles de inclinada envergadura celeste
siente el azul, el gris azulado que modula tu cuerpo
tu sangre, tu vientre, tu corazón alado, tus venas ardientes
piensa el cincel que habita las entrañas de tus manos
espolea tus miedos sin cabalgadura te llevarán
a un remoto lugar y te deshabitarán
se los llevará el viento lejano a partículas infinitas de
átomos en eclosión
cincelar el caballo-la ruta-la marea-las vestiduras
cincelar el cuerno del unicornio azul celeste
piedras en las manos, pequeñas y redondas
reloj de arena detenido en un desierto de arena
quiero ir allí donde se posa tu mirada
quiero llevarte conmigo hasta ese sitio
mirarnos desde dentro, quiero decir desde lejos
¿qué hacemos ahí parados?
el olvido se habita sin nosotros
déjalo latir, déjalo esfumarse como un encuentro fortuito.
Abrir las ventanas y volar hacia un lugar insospechado
como hoy, como aquí, como esta tarde, tú y yo
en los vértices de lo prohibido he escrito tres palabras:
oro, viento, migajas
de cartón molido en la trituradora del tiempo
aniquilación de la raíz viviente escrita
como los corazones tatuados en tu atlas universal
espero la caída de los titanes de coral ambarino
escalo montones de jaulas, ramajes sin amparo
perpetuadoras escalas de colofones ahorcados
trampas tras los matorrales “cuídado, detengan al zorro”
prohibido caer
indescifrables rutas ambarinas de corales semihundidos
en las fosas inescrutables de las cuencas de los ojos
absorber todo el agua potable de la fuente por los poros
deslizarse río arriba junto al salmón
prolongar la tragedia de un suspiro
embellecer los patios con dientes de nácar
acuchillar los cristales con tréboles de cuatro hojas
seguir la partida de los cascabeles de colores
como cuando seguía a mis amigas acodadas todas
estábamos en el balcón con vistas al río, pedimos
abismos, no abismarnos
detenernos justo en el momento de la caída,
de la sinrazón.
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