Cuando era pequeña jugaba a las tabas. Tenía dos tabas azules, una verde, otra roja, la blanca y sólo una negra. Dibujaba alrededor de ellas un círculo blanco con tiza y era igual de grande que yo. Entonces cogía las tabas con una sola mano pequeñita de niña con mochila volviendo del colegio y me sentaba dentro del círculo. Ponía las cinco tabas fuera y lanzaba una azul hacia el cielo y antes de que volviera a caer al suelo desprendiendo un olor a viento, atrapaba la otra azul hasta que terminaban las dos juntas en mi mano.
Cuando era pequeña tenía un amigo al que le gustaban mucho los pájaros. Solía subirse a los árboles y se sentaba en una de las ramas para hablar con ellos. A veces no podía encontrale, perdido entre el follaje, pero cuando escuchaba el trino de Jacky, su amigo el pájaro cantor, dirigía hacia donde provenía el sonido la mirada y descubría que algunas hojas murmuraban dulces palabras de caricias voladoras. Entonces llamaba a mi amigo y él me contestaba con un silvido de aire al aire.
Daba igual que él estuviera sentado de espaldas en la rama como yo estoy ahora sentada de espaldas al espejo redondo, te veo a lo lejos. Y aunque mis labios están sellados porque me los he pintado a la japonesa, de rojo, me conecto contigo desde aquí en este espacio virtual. Igual que un recuerdo señalo con el dedo índice el punto de encuentro en la pantalla del ordenador. ¿Quieres verlo? También hay un sitio para ti a mi lado. ¿De qué color lo imaginas? De cualquier forma, siempre puedes volver a pintarlo.
lo mejor de que ya no seas niña es que quieras seguir jugando a las tabas; y mejor aún, que tua migo de los pájaros siga siendo tu amigo...
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