Últimamente no puedo despegarme de la pantalla. Paso de una pantalla a otra con suma facilidad e incluso estoy descubriéndome en los últimos días un poco adicta a la conexión en redes sociales. Del ordenador, al móvil, del móvil a la televisión y de nuevo al móvil y del móvil al ordenador. Es verdad que en el ordenador se pueden hacer muchas cosas, no solo conectarse a internet y a todos sus contenidos; pero en estos días de confinamiento mi actividad en Facebook, por ejemplo, se ha cuadriplicado (antes a penas lo abría y me pasaba días sin mirarlo). Ahora necesito de esa conectividad, saber que las personas estáis ahí, que seguimos en el mismo barco. Aunque algunos queramos remar hacia un lado y otros hacia otro habitualmente, en estos días creo que es indiscutible que hay ciertas cosas que nos unen. No me refiero a la crisis, sino a la forma en la que la estamos afrontando y a la imperiosa necesidad de salir de ella.
Así, se podría pensar que una vez que esto acabe, una vez que salgamos de ésta, volveremos a la ley de la selva, a la del sálvese quién pueda. Hay personas que piensan que quien era solidario antes de la crisis lo seguirá siendo y quien no lo era, seguirá sin serlo después de la crisis. No les faltan razones para pensarlo.
Voy a hablar de mi caso en particular. Pues, como casi todos, no es la primera crisis que afronto a nivel personal. Entonces, ¿qué hace tan diferente a esta crisis que se está llevando por delante miles de vidas? Creo que es que todos la estamos sufriendo juntos.
Es verdad, que esta crisis evidencia las diferencias: no es lo mismo ser anciano que ser niño, o joven, o adulto; ni tampoco es lo mismo vivir en una casa cómoda con todo lo que se necesita al alcance de la mano que en una casa pequeña en la que conviven muchas personas con necesidades sin cubrir; por no decir de las personas sin hogar. Está claro que ésta es una brecha que no se puede negar. Por no hablar de las personas que siguen viviendo una guerra, de los que huyen de ella y llegan a un campo de refugiados; de tantas y tantas personas que no pertenecen al llamado “primer mundo” y que se mueren todos los días esperando esa vacuna que nunca llega a su ciudad, como es el caso sangrante de miles de niños que mueren en el Congo por no ser vacunados contra el sarampión.
Cuando pienso en todo esto, creo que estamos demasiado imbuidos en nuestra cotidianidad de confort, si cuando llega un virus (que es verdad que se está cobrando muchas vidas y eso es lo más duro) y por estar confinados en casa, nos ponemos el “Resistiré”. Bien sé que es necesario también animarnos y animar y dar nuestro apoyo a todos los que están trabajando, desviviéndose por ayudar y más teniendo en cuenta las condiciones de escasez de material sanitario, etc. Lo que quiero decir es: ¿por qué no nos ponemos de acuerdo también para ayudar a toda esa gente que lo necesita día a día? ¿Por qué lo dejamos en mano de las ONGS? Que sí, están formadas por personas que ayudan muchísimo y cuya labor es necesaria, pero ¿participamos en ésta? ¿Por qué no nos acordamos de toda esa gente que malvive cuando por ejemplo damos nuestro voto a quien recorta en servicios sociales, sanidad, educación…?
Creo que todos podemos hacer algo en nuestro día a día para mejorar la vida de las personas con las que nos cruzamos y con las que convivimos, y que esto revertirá sin duda en nosotros mismos. Es verdad que no podemos enviar vacunas al Congo, sobre todo aislados, uno solo, desde su casa. Pero no queremos estar más tiempo aislados en nuestra burbuja. Alcemos nuestra voz y pongamos nuestra conciencia juntos en los demás. Pongamos conciencia y que no acalle nuestra voz ni un virus, ni una guerra, ni una sociedad patriarcal… Luchemos contra la inconsciencia y la insolidaridad. Hacen falta grandes cambios, y rápidos. Solos no podemos. El dicho dice: separa, y vencerás. Yo digo: unidos, venceremos. Al hambre, al cambio climático, a la pobreza, a la desigualdad. En mi corcho cuelga estos días una frase que ha puesto mi compañero ahí: “Lo que nos distingue de otros animales, no es la inteligencia sino la capacidad de tomar decisiones que contravengan el orden del sistema. Así lo entendieron los dioses, y temblaron.” Me parece preciosa, es de Chantal Maillard, “La Compasión Difícil”. Y creo que es muy apropiada para estos días de encierro. Para reflexionar y cambiar. Para eso sirven, también, las crisis.
Empecemos por nosotros y continuemos por el mundo que nos rodea. Hace falta valentía y decisión para contravenir el orden establecido. Solos no podemos, pero todos somos parte importante de la sociedad. Y me temo que, en muchos casos, ésta es nuestro reflejo. Ese espejo que devuelve, sobre todo, bajo mi punto de vista, desigualdad; me advierte que quizá estoy acomodada en lo que soy porque lo que a mí me toca, no es tan malo (ni tan bueno). La inacción puede llevarnos también al aislamiento. No solo el coronavirus. Este mensaje me lo envío a mi misma desde el futuro que ya es, que ya está aquí, en forma de vida de ciencia ficción.
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