martes, 22 de mayo de 2012

¿QUIÉN?



¿Sentir? ¿Qué quieres que sienta? Primero conquisté el Everest, conseguí subir hasta su cumbre, he recorrido los valles de los Urales y caminado por la arena roja del desierto de Wadi Rum, he sobrevolado en globo la orografía volcánica de Cabo Verde, he visto renos en los bosques de Canadá, comido carne de foca en Groenlandia y he podido sentir la electricidad cósmica propia de las auroras boreales… Tantos lugares que jamás creí que conocería, todavía viven como recuerdos impresos en mi memoria. Ahora, ¿qué quieres que sienta? Poco a poco, ni siquiera sabré el día en el que vivo. Todo empezó sin darme cuenta, olvidé el nombre de mi nieta pequeña, pero los recuerdos más remotos permanecen inquebrantables todavía. Eso me queda. Las malditas pastillas. Lo sé. Sé que tendría que tomarlas… Odio tener que introducir en mi boca unas píldoras de química ajena para salvaguardar, dentro de lo que aún se puede, lo que me pertenece: mi memoria, mis recuerdos. ¿Sabes? Recuerdo también el día en que te conocí, tú estabas sentada debajo del limonero de la casita blanca de tus padres, aunque yo todavía no sabía que era de tus padres. Recuerdo el olor dulce y amargo y ese amarillo brillante que doraba un poco el sol del atardecer. Tu pelo negro remarcaba la silueta de tu rostro y toda tú, también dorada, con el sol del atardecer. Me fijé en tus piernas largas que se extendían por el césped saliendo de una falda blanca y en cómo comías limones, claro. Me pareció encantador que alguien comiera limones así sin más, a bocados como tú lo hacías, mi amor. ¿También perderé este recuerdo? ¿Dime? ¿Esto también se perderá para siempre? Porque tú, sin embargo, no me prestabas ninguna atención. ¿Te acuerdas de que te saludé? Tú miraste hacia mí guiñando los ojos, te molestaba el sol, y me devolviste el saludo. Recuerdo que todavía te chorreaba un poquito de jugo del limón por la comisura de los labios cuando me acerqué para hablar contigo. Te limpiaste de un manotazo. Siempre fuiste tan salvaje… Y ahora, todo esto se perderá. Lo sé. Puede que no vuelva a despertar nunca más de una anestesia que irá confundiendo mis neuronas, haciéndome cada vez más y más dependiente, de ti, de los hijos, de los nietos quizás. Seré un estorbo. ¿Qué no diga eso? Y luego vendrán los cambios de humor, cuando no entienda qué hago en tal sitio o cómo he llegado hasta allí. ¿Quién te comprará limones entonces, mi amor? ¿Cómo volveré a ver el verde magnético de las auroras boreales cambiando a púrpura y volviéndose azul? ¿Quién te contará nuevas aventuras? ¿Quién inventará una historia real mejor que esta que está por venir? Tú, sí, tienes razón, tú lo harás por mí…

jueves, 10 de mayo de 2012

ZULA ESTUVO AQUÍ

El trocito de sombra de una persona permanece quieta en medio del umbral de la puerta de la calle, alargada y deforme. Desde alguna ventana abierta se cuela el sonido de un jazz estridente mientras la sombra que permanecía quieta atraviesa un salón seguida por los pasos de su portador, a quien resulta imposible distinguir en la penumbra y al que la escasa luz nocturna que entra ha teñido por completo de azul. Se acerca hasta la cocina, manipula algunos objetos que hay sobre la encimera hasta que finalmente coge lo que debía de estar buscando. Mientras, en el cuarto de al lado, un dormitorio, se escucha la respiración tranquila de una mujer que sigue durmiendo ajena a la intrusión. Reparamos en que la persona que acaba de coger algo de la cocina tiene complexión masculina y se dirige hacia el dormitorio. Se quita la ropa y se mete en la cama. Pronto podemos percibir por su respiración que él también se ha quedado dormido.

La luz del sol se cuela entre las rendijas de la persiana y Susana se despierta. Se queda un rato más acostada con las manos metidas debajo de la almohada cuando nota que allí hay algo. Asustada retira de golpe la mano y sube la persiana para poder ver. Le había parecido que había tocado unos dedos que no eran suyos, por eso al comprobar que no hay nadie más en su cuarto, respira aliviada. Sin embargo, para quedarse más tranquila levanta la almohada y descubre que hay un lápiz. No recuerda haberlo dejado allí. Algunas noches lee antes de dormir y subraya las frases o los párrafos que más le gustan, pero la noche anterior estaba demasiado cansada y se quedó dormida antes de coger el libro. De hecho, se acuerda perfectamente de que ese lápiz lo usó para hacer la lista de la compra el día anterior y lo dejó al lado de la libreta, en la cocina. Va a la cocina y ve que la libreta sigue en el mismo sitio donde la había dejado, pero ni rastro del lápiz. Coge la libreta y la abre por la última página escrita: ¿eh? Pero esa no es su letra… Alguien, vete a saber quién (ella vive sola), ha dejado un mensaje corto: “Zula estuvo aquí”. ¿Qué estupidez es esa? No conoce a nadie con ese nombre y ningún extraño ha podido entrar en su casa cuando estaba fuera. Vaya broma de mal gusto, piensa, y coge el teléfono para llamar a Carlos, que es con quien estuvo el día anterior. Al otro lado de la línea Carlos la saluda. Susana se apresura a contarle lo que le ha pasado esperando que él se ría y le diga que fue el primer nombre imaginario que le vino a la cabeza, que no pretendía asustarla. Pero enseguida cae en una cosa: ¿y lo de dejar el lápiz debajo de la almohada? Eso no le hace ninguna gracia, su cuarto es un sitio íntimo y más su cama, su almohada. Además… Carlos no se ríe, Susana no puede verlo, pero incluso ha empalidecido. Ese nombre, Carlos lo recuerda. ¿Cómo podría olvidarlo? Además de que ha pasado muy poco tiempo desde la última vez que lo escuchó, no entiende cómo Susana puede saberlo también. Es imposible. Mientras, ella sigue esperando una respuesta hasta que, por fin, Carlos le dice que va a ir a su casa, que prefiere explicarle lo que sabe en persona.

Media hora después, llaman a la puerta. Susana abre y Carlos entra como una exhalación. Le ofrece un café, pero él lo rechaza. Quiere ver la libreta. Esa no es mi letra, afirma. ¿No lo ves? Escribe algo al lado despejando sus dudas. Pero el nombre sí me dice algo. Le cuenta. Yo conozco a esa persona. Bueno, conocer no es la palabra apropiada: le he visto y sé su nombre. Ella no entiende lo que Carlos intenta decirle. Él continúa: ni siquiera puede afirmarse que esa persona exista en realidad, jamás le he visto como te estoy viendo a ti ahora. Lo que sucede es que tengo un sueño recurrente: me despierto y siento que no estoy solo, entonces giro sobre el cuerpo hacia el otro lado de la cama y puedo apreciar una silueta en la oscuridad que duerme placenteramente conmigo. Al principio no siento miedo aunque es inquietante no saber quién es. Entonces, su respiración pausada se acelera un poco, el extraño se ha despertado y, envuelto en un manto de luz azul, como leyendo mis pensamiento, me mira con unos ojos que no recuerdan ninguna otra mirada que haya visto nunca y susurra: Zula, Zula, Zula. Tiene una forma terrible de pronunciarlo que recuerda bastante al sisear de una serpiente, así que siempre, justo después, me despierto asustado. Jamás he podido comprender el significado de este sueño horrible, pero a pesar de que me preocupaba porque se ha repetido varias veces, no le había dado más importancia que a cualquier pesadilla. Tú… Vacila unos instantes antes de preguntar: ¿No serás sonámbula?

sábado, 5 de mayo de 2012

SERIEDAD

foto
Umeboshi Otaku Andrea Innocent. 2006

Estudio en un colegio privado de élite y por eso tengo que llevar uniforme. Me preparan para dirigir una empresa, un país… Algo. Para dirigir.

Las cosas que hay bonitas a mi alrededor hacen juego con el color de mi uniforme. Todo en mi mundo es así de semejante a sí mismo y mientras, lo de fuera se seca. Se me hace tarde para probar la fruta fresca entre disciplina y deberes. Un mundo serio el mío, el de tan sólo una niña. Por eso lo que es libre todavía sabe que no puede camuflarse en la flor que adorna mi pelo.