lunes, 14 de marzo de 2011

ACERTIJO


LA MANZANA ENANA, Mir.

Cada cada CADA 1 que siga su camino
En el borde del camino los peces
Por el atajo del precipicio crecen los riscos
Areniscas y piedras, cantos rodados cayendo hacia un abismo
Neveras llenas de margaritas en el asiento trasero
Y si nos quedamos, quedan aún muchos huecos vacíos
¿Y si nos vamos? Nos quedamos sin el cuarto de soltería

Tiembla tiembla TIEMBLA que en cada rama cuelga
Mientras sopla sopla y sopla otra vez ese aire de estribillo
Huelga decir que si no te lo digo, serás tú entonces quien lo haya dicho
No es como un molino que son veinte si contamos
Afanosos hilos aparatosos escurriéndose
Por los pelos del flequillo como agua de lluvia
Resbalando por la mejilla ¿y cayendo dónde? Recipiente mío.

Muñecas rusas que juegan contigo al olvido
Han vuelto silbido todo castillo
Y han desmantelado los grandes almacenes
Para llenar sus barrigas que nunca se llenan
De algodón, seda, horquillas y cebras
Un día tras otros días tras un día tras otro

Polvo, todo es polvo en el camino de vuelta a lo conocido
¿cómo puede ser lo mismo todo un cosmos y una manzana?

Por La Mujer y El Mal de Santiago Alba Rico. Yo tenía las manzanas y “Germán ha comido todas las cerezas“ (Interpretación de los sueños, Sigmund Freud)

lunes, 7 de marzo de 2011

SUEÑO CON SIRENAS



"tal vez no sea el pasado del hombre su mañana;
tal vez sólo perdure la Mutabilidad." Percy Bisshe Shelley (Mutabilidad)

La habitación está quieta
y silenciosa
como las hojas verdes de la planta
como un gato
me enrosco y domestico
la impaciencia

la tela de seda
me envuelve
crisálida que aguarda
el tiempo para extender sus alas,
mutaciones cíclicas

las sirenas duermen
su sueño de canción
el agua salada y las algas
practican su suerte de enredadera
más allá de las cruces y los cielos

la orilla donde zarpan los navíos
los niños que se lanzan desde el muelle
el sol se esconde tras la línea marítima del horizonte
las gaviotas descienden transformando la arena
en tierra de huellas y patas voladoras.

sábado, 5 de marzo de 2011

APOLLINAIRE


Caligrama de Hélices (Guillermo de Torre, 1923)

Cuando Apollinaire salió de su casa, creía ciertamente que sus pasos le llevarían como todos los lunes a su trabajo, una oficina de Tag Stack que todos los que hayan pasado por Avenida de América, puede que hayan visto en las primera planta del número dos. Unos amplios ventanales ofrecen unas vistas privilegiadas sobre el tráfico humano y de vehículos que parece perpetuarse de forma ininterrumpida las veinticuatro horas de un día cualquiera. Quizás sí cambian los rostros de los que portan maletas, quizás también los oídos de los transeúntes que moran las inmediaciones se hayan acostumbrado a su ruido. Porque tanto como si quieres usar el móvil o llamar desde una cabina, puedes hacerlo, y la gente lo hacemos. Así como fumarte un cigarro a la puerta de la cafetería de la esquina, Nataresón, se llama.

Cuantas veces se había bajado Apollinaire en aquella estación gris por el color de la banda estrecha de su línea. Salía siempre por la misma boca de metro, la que está en la misma acera de su trabajo. Debido a su nombre, creía que el destino no había podido ser más consecuentemente vehemente consigo mismo. Sin embargo, aquel día se distrajo con una señora bastante afable que le preguntó algo sobre la estación de autobuses, y terminó andando los pasos junto a ella hasta la primera planta donde estaba la estación. De repente, una voz desconocida, por lo que dijo a continuación, le salió por sorpresa y se vio a sí mismo montado en el autobús. La señora en cuestión se sentó en un asiento de la ventanilla desde la que Apollinaire podría verla. En cuestión de diez minutos Apollinaire estaba enseñando al conductor un billete recién comprado que tenía como destino Burgos. ¡Burgos! Rió para sus adentros, pues no le parecía que fuera el lugar perfecto por el que perder el empleo. Se imaginó la escena del siguiente modo:

- ¿Apollinaire?
-¿Sí?
- ¿Te sucede algo?
- Pues la verdad es que no -contestaría Apollinaire-. Es que me he venido a Burgos, Baptista, que tenía ganas de conocer la catedral y ya puestos, también voy a darme una vuelta por los yacimientos de Atapuerca.

En principio su compañero se quedaría atónito y no sabría que responder hasta que después de unos segundos, concluyera que “Apollinaire estaba indispuesto, porque había tomado una cena copiosa y le había sentado fatal. Normal.”

- Baptista, ¿está ahí?
- Sí, Apollinaire. No te preocupes y descansa. Recupérate.
- ¿Baptista?
- ¿Sí, Appollinaire?
- Pero ¿tú me estabas escuchando?
- Por supuesto. Hasta mañana entonces.

No había forma de ser insumiso en una ETT para la que has estado trabajando con puntualidad escrupulosa durante nueve años.

- Tal cual -se dijo-. Mañana otra vez al currele.